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Ser español cada vez es más difícil, supone un oneroso esfuerzo que hacía decir a Luis Cernuda:
Soy español sin ganas
Que vive como puede bien lejos de su tierra
Sin pesar ni nostalgia. He aprendido
El oficio de hombre duramente,
Por eso en él puse mi fe. Tanto que prefiero
No volver a una tierra cuya fe, si una tiene, dejó de ser la mía,
cuyas maneras rara vez me fueron propias,
Cuyo recuerdo tan hostil se me ha vuelto
y de la cual ausencia y tiempo me extrañaron.
Jaime de Biedma, por su parte, se lamentaba de que la historia de España era la peor de todas las historias porque acaba mal. Quizá todo ello es consecuencia de que España no ha llegado a existir nunca y sí grandes españoles, hombres y mujeres, clamando en el desierto, aislados y solos, como Borges dijo de los cordobeses Séneca y Lucano: que antes del español escribieron toda la literatura española. Desde Felipe II hasta nuestros días no ha habido en nuestro país, salvo paréntesis históricos dramáticamente liquidados, un Estado nacional, sino un Estado ideológico y, por ello, excluyente en el que gran parte de los ciudadanos han tenido que sobrevivir arropándose en la inautenticidad, desde los judíos conversos o los mudéjares hasta los antipatria de la verborrea insoportable de los años del caudillaje.
La negación violenta del adversario político, la posición ideológica propia como única posible son elementos seminales de escenarios donde la democracia es impracticable
Como nos recuerda Eduardo Subirats, desde Ganivet hasta Castro o Zambrano el centro gravitatorio de la regeneración española ha sido una reforma de la inteligencia, aplazada por siglos de totalitarismo y escolástica. A partir de ahí, sólo existe el extrañamiento del debate y la responsabilidad política. Como nos recordaba Felice Mometti, el “no hay alternativa”, como dice la derecha de sí misma: el conservadurismo o el caos, impone un estado de sufrimiento y desesperación, de desesperanza e irracionalismo propicio para la demagogia, el odio a la alteridad y el recurso a “supremos salvadores”. Es esta falta de relato alternativo lo que produce que la sociedad esté perpleja ante su propia indefensión.
Los poderes fácticos que apoyaron y fueron apoyados para su prosperidad en los años de caudillaje se mantuvieron intactos. Desde un primer momento fueron tenaces en la floración oculta del miedo a la libertad, una libertad que no había existido nunca teniendo en cuenta la duración del la nueva democracia.
La beligerancia crispante e inmoderada del PP y VOX abren un camino inextricable en la vida pública y la sociedad española de consecuencias imprevisibles
Todo ello es la causa de la extremosidad a la que la derecha intenta llevar la esgrima de la vida pública española. Es un derrocamiento de los modos democráticos con aberraciones conceptuales como: "mafia o democracia", "organización criminal", "bandos nítidos como no se veía desde la época preguerracivilista", "momento crítico" y una España "en manos de los bajos fondos". El Partido Popular se ha inclinado por agravar sus adjetivos y enaltecer un discurso belicoso y agresivo contra el Gobierno de coalición. Y es que el franquismo reformado en el que se instala el conservadurismo carpetovetónico utiliza todo su arsenal de dialéctica autoritaria y obscenidad verbal contra una mayoría parlamentaria que es el reflejo de una España muy diferente a aquella que la derecha sepia quiere volver a reunir en la Plaza de Oriente.
A la política violenta llamaban los griegos jeirocracia, es decir, predominio de los puños. La dialéctica de los puños y las pistolas era la consigna del fundador de la Falange, Primo de Rivera. Una solución política autoritaria requiere con anterioridad un caos necesario aunque sea inexistente, crear una ficción de país que suponga una distopía para esa España real que la derecha niega. La beligerancia crispante e inmoderada del PP y VOX abren un camino inextricable en la vida pública y la sociedad española de consecuencias imprevisibles. El enfrentamiento sin reservas contra la pluralidad democrática del país, la negación violenta del adversario político, la posición ideológica propia como única posible son elementos seminales de escenarios donde la democracia es impracticable.