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Los datos son para estar orgullosos como país. España es la economía que más crece en Europa, cinco veces más que la media de la UE. En nuestro país se han creado casi medio millón de puestos de trabajo, con récord de ocupados y se ha reducido el paro hasta situarse por debajo del 11%, por primera vez desde 2008. Menos mujeres en paro, menos temporalidad y más empleo de calidad. Y sin embargo, el ciudadano contempla asombrado a jueces procesando a la parentela del presidente del Gobierno y al fiscal general del Estado con endebles argumentaciones jurídicas, sufre un apagón general de causas a día de hoy desconocidas, le constriñe su movilidad un absurdo robo de material poco valioso que ha paralizado el tráfico ferroviario, y todo ello, da munición a la derecha carpetovetónica y a sus medios acólitos para sembrar la ficción de un caos debido al mal gobierno. “El gobierno ha colapsado”, grita la derecha posfranquista. Y el ciudadano que ve a la mujer del presidente y al mismo presidente interrogados por un juez, a la fiscalía general del Estado registrada por la Guardia Civil o se encuentra metido en un tren durante largas horas en medio del campo o se ve obligado a recurrir a la pálida luz de una vela durante todo un día, piensa que, efectivamente, algo horrible está pasando en el país (“el que pueda hablar, que hable, el que pueda hacer, que haga, el que pueda aportar, que aporte, el que se pueda mover, que se mueva”).
El conjunto de la derecha y ultraderecha en España, difícil de diferenciar en ocasiones por su origen común franquista, propician que el debate político se diluya hasta convertirse en un territorio de violencia verbal
Parece que se ha vuelto a incendiar el Reichstag. Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías, nos confiesa Jorge Luis Borges. Una economía boyante y, sin embargo, el relato fantasmagórico de un país sumido en el caos es como el destino demuestra su gusto por las repeticiones dándonos en las narices con un redivivo Goebbels y su famoso principio de la transposición: cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. “Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”.
Todo con tal de derogar el sanchismo como predica Feijóo, y que supone, en el fondo, derogar las políticas que favorecen a la mayoría ciudadana en esa prestidigitación que convierte a los de las clases populares en antagonistas de sí mismos. Todo lo que beneficia a la mayoría perjudica a España, Sánchez o España, En este contexto, siempre se apela al sentido patriótico para trazar círculos caucasianos donde quedan fuera los inadaptados a los prejuicios ideológicos del conservadurismo. Es la espuria división de las dos Españas de fatigante largo trecho en el país: integrados y excluidos, a un lado y al otro de una nación concebida como propiedad de los intereses de las minorías influyentes. En el fondo, es la consecuencia de identificar España y la tradición española con los harapos de una decadente vida pública española caída en la miseria y en la hediondez y que, sin embargo, ha pretendido y pretende pasar por la genuina representación del alma española.
Existe una visión excrementicia del mundo, pintada por Jerónimo Bosch y expresada por Lutero. El mundo aparece entonces como una porquería expelida por Dios. No olvidemos que fue en las letrinas de Wittemberg donde tuvo Lutero su suprema iluminación, y esta obsesión anal que descubrimos en el origen del protestantismo parece guardar cierta relación con la explotación capitalista de la cual fueron principales artífices los protestantes. La derecha intenta sumergirnos en unos tiempos excrementicios -lo que Carmela Ríos ha llamado refiriéndose al mundo digital mierdificación- tiempos de lo inmediato, de lo emocional. Y algo más preocupante: en esta nueva etapa no vence quien dice la verdad, sino “quien cuenta mejor su historia”; una era en la que nuestras vidas están gobernadas por la ficción, por la imagen, por los 'input' cada pocos segundos. Y por la palabra de moda: el “relato”.
En esta nueva etapa no vence quien dice la verdad, sino “quien cuenta mejor su historia”
El reino de lo kalos kai agathos, de lo verdadero, lo bueno y lo bello, está en decadencia. Según José Antonio Marina aunque los psicólogos lo nieguen, al final de su trayecto evolutivo la inteligencia se convierte en un concepto ético. Por haberlo olvidado, por haber confundido a los “listos”, que van a lo suyo, con los “inteligentes”, que aspiran a lo universal, nos debatimos en los dominios de la estupidez. Que personas poco inteligentes hagan cosas poco inteligentes es fácilmente comprensible. Lo que resulta difícil de entender es que personas muy inteligentes hagan estupideces.
Dietrich Bonhoeffer, teólogo y pastor luterano, se preguntaba ¿Cómo fue posible que un país culto y avanzado como Alemania, la tierra de tantos poetas, científicos y filósofos trascendentes, cayera bajo el influjo del nazismo? Fue entonces cuando formuló su célebre tesis sobre la estupidez, una de las fases más trascendentes de su legado intelectual. “La estupidez es un enemigo más peligroso para el bien que la maldad”: es una de las definiciones más difundidas. El mal puede ser combatido con más facilidad porque es evidente, decía, genera reacciones contrarias, motiva a exponerlo y a enfrentarlo. En cambio la estupidez no puede ser enfrentada con la racionalidad, la lógica o las evidencias, porque no atiende a esos argumentos.
Cuando se rechaza la racionalidad, la lógica o las evidencias, en un ataque a la moral y la inteligencia por parte de una derecha sin escrúpulos que utiliza los oscuros albañales de una incívica acción política para acabar con el adversario en la vida pública, bien sea con la llamada policía patriótica dedicada a fabricar pruebas e indicios falsos, politizar a la justicia o utilizar la falsedad como argumento ideológico, su origen común franquista, propician que el debate político se diluya hasta convertirse en un territorio de violencia verbal donde todo se sustancia en una dualidad segregativa entre patriotas y traidores, buenos y malos españoles, en una voluntad autoritaria de exclusión de los que no comparten la ideología ultraconservadora en un formato antidemocrático donde la política solo puede contemplarse desde una relación de vencedores y vencidos.
La derecha española, siempre colgada del risco del godo Pelayo, es la heredera de ese patriotismo excluyente y dramáticamente represivo que considera enemigos de España a los que no comulgan con su visión ideológica de una nación que dividen en buenos y malos españoles y donde el adversario político es criminalizado en un deterioro del debate público, solapado por una judicialización de la política que intentan convertir al adversario político en delincuente común. Todo ello en el contexto de una apelación permanente del conservadurismo al descrédito de la representatividad democrática del contrario en nombre de una supuesta superioridad moral sobre las organizaciones políticas y la ciudadanía que las vota llevando el formato polémico de la vida pública a una crispación permanente sobre el déficit democrático de la negación de la licitud del adversario político a participar en la vida pública.