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Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana y escapista a tiempo completo, ha vuelto a hacer lo que mejor se le da: no estar donde se le espera. Esta vez, la escena ha sido el Congreso del Partido Popular Europeo, celebrado —ironías del destino— en Valencia, su casa. Y como ya es costumbre, el anfitrión prefirió ausentarse antes de dar la cara.
Pero eso sí, esta vez no se ha ido por cualquier puerta, pues ha cruzado el Atlántico rumbo a Nueva York, como quien huye con billete en clase business y una excusa bajo el brazo.
¿El motivo oficial?: reunirse con el director de la Hispanic Society of America para negociar la cesión de algunas obras de Sorolla a la Comunitat Valenciana, una noticia que, en otro contexto, podría parecer culturalmente relevante, pero que en manos de Mazón suena más a escapismo y coartada de museo que a política seria.
Mientras los damnificados por la DANA seguían reclamando su dimisión —con razón, con gritos y con pancartas—, él ha decidido sonreír a miles de kilómetros entre cuadros y discursos en inglés, intentando convencer al mundo de que su viaje es “estratégico” y beneficioso para Valencia y no una fuga con agenda cultural.
El nivel de esfuerzo que está realizando su mediocre inteligencia para mantenerse aforado y cobrar la futura paga de expresidente roza lo artístico a expensas de un malabarismo de gestos vacíos, silencios calculados y promesas colgadas de donde sea necesario, incluso de un marco con un Sorolla si se presta la ocasión.
Y es que Mazón tiene una habilidad envidiable para convertir cada ausencia en una pirueta institucional y cada viaje en un telón de fondo para su nefasta incompetencia.
Porque si algo no tolera este personaje, es el riesgo de exponerse a la ciudadanía… o a una pregunta imprevista de esos periodistas que le persiguen y a los que responde con una sonrisa forzada y un “muchas gracias” de manual del escapista.
El nivel de esfuerzo que está realizando su mediocre inteligencia para mantenerse aforado y cobrar la futura paga de expresidente roza lo artístico
Al final, Carlos Mazón no solo es rehén de su propia cobardía política sino también el actor secundario de una función que nunca ha sabido interpretar. Esos gestos forzados siempre descolgados del contexto, no convencen ya ni a su sombra. Su falsa felicidad institucional contrasta de forma insultante con el dolor real de quienes, durante la DANA, no tuvieron ni aviso, ni alarma, ni salida.
Tal vez, si aquel trágico día alguien hubiera activado la alerta en el momento adecuado o Mazón hubiera salido del Ventorro un par de horas antes, hoy estaríamos hablando de otra historia. De vidas salvadas. De responsabilidad. Pero con Mazón, todo llega tarde. Incluso la dignidad.