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En la novela de George Orwell, 1984, los del Partido se reúnen diariamente para mirar un film de dos minutos donde se muestran imágenes de sus enemigos (en especial, del líder disidente Emmanuel Goldstein), a fin de demostrar públicamente su rechazo hacia ellos. En cada sesión, gritan insultos e incluso arrojan violentamente objetos hacia la pantalla. Los “dos minutos de odio” son parte del adoctrinamiento a que son sometidos los ciudadanos de Oceania. Los ideólogos del Partido pretenden de esta manera convertir, en el inconsciente de los ciudadanos, la angustia causada por sus alienadas vidas en odio a un supuesto enemigo (que incluso posiblemente ni siquiera exista). Así, buscan evitar la posibilidad de que estos vuelvan sus pensamientos hacia una realidad distinta a la que les imponen.
Adorno dice: no hay vida verdadera en la falsa. Foucault intenta descubrir esa falsedad que se nos presenta como realidad. Se trata de los lenguajes del auténtico poder. Esos lenguajes no son descriptivos, sino normativos, puesto que definen y disponen. Son lenguajes prescriptivos, constituyentes, en el sentido que Kant da al término “trascendental”: crean enfermos, locos y criminales. El resultado es la aparición del conocido lenguaje orweliano: “paz es guerra” y “guerra es paz”, etc. Y este lenguaje no resulta menos orweliano si las contradicciones no se hacen explícitas en la frase, sino que se encierran en el sustantivo.
En España la derecha ha optado por una política de patochada, insulto y bobería en un contexto de supina ignorancia
Como afirmaba François Perroux, la esclavitud está determinada “no por la obediencia, ni por la rudeza del trabajo, sino por el estatus de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa”. El poder fáctico utiliza las palabras como artefacto de dominación. Ya no existen espacios de libertad como el que describe Gabriel García Márquez en Cien años de soledad donde el paisaje era tan nuevo que las cosas no tenían nombre y había que señalarlas con el dedo. Jacques Rancière expresa que en el nacimiento de la emancipación proletaria lo esencial era cambiar la vida, la voluntad de construirse otra mirada, otro gusto, distintos de los que les fueron impuestos. De ahí que concedieran una gran importancia a la dimensión propiamente estética del lenguaje, a la escritura o la poesía. Porque sólo desde el lenguaje se puede cambiar la lógica del pensamiento único que controla a ciudadanos y Estados.
En España la derecha ha optado por una política de patochada, insulto y bobería en un contexto de supina ignorancia en el que tiene plena vigencia la advertencia de Manuel Azaña cuando afirmaba que la malicia a algunos no les libra de ser tontos. La derecha intenta consagrar la parábola de Iván Karamazov, la leyenda del Gran Inquisidor: Jesucristo vuelve a este mundo y aparece en la España del siglo XVI. El Gran inquisidor ordena inmediatamente su detención y lo acusa de rechazar en nombre de la libertad los dones que el diablo ha hecho a los hombres: pan, maravillas y autoridad. Este rechazo sería la causa de todo el sufrimiento de la humanidad. Ante Jesucristo, el Gran Inquisidor se presenta a sí mismo como el Anticristo: con su ayuda el hombre podrá ser feliz en este mundo. Jesucristo calla, besa en la boca al Gran Inquisidor y se va. Es decir, el diablo es quien salvará a las clases populares desde el mismo infierno autoritario. Ya que una sociedad que en nombre de unos antivalores opresores renuncia a su libertad y a su bienestar y se siente identificada con su propia alienación moral y cívica está condenada a perderlo todo mediante un presente manipulado y un futuro que no será el suyo.
Estamos en la fase eclosiva de un fascismo latente con la radicalización de una derecha ya de por sí estructural e ideológicamente en los bordes del ultraconservadurismo más sañudo
Estamos en la fase eclosiva de un fascismo latente con la radicalización de una derecha ya de por sí estructural e ideológicamente en los bordes del ultraconservadurismo más sañudo. En este contexto, el debate político se diluye hasta convertirse en un territorio de violencia verbal donde todo se sustancia en una dualidad segregativa entre patriotas y traidores, buenos y malos españoles, en una voluntad autoritaria de exclusión de los que no comparten la ideología ultraconseradora en un formato antidemocrático donde la política solo puede contemplarse desde una relación de vencedores y vencidos.
Los resortes autoritarios y represivos de la derecha, son una manifestación del clima de cruzada patriótica que se ha ido creando en los últimos años. Cruzada que es darle grave aliento a ese nacionalismo trasnochado y reaccionario que le hacía escribir a Luis Cernuda: “soy español sin ganas”, refiriéndose al desgarro emocional, intelectual y humano que supone vivir bajo el celaje de esa España minoritaria, cerril, truculenta, estamental y excluyente que reacciona con irracional violencia a todo cuanto se oponga a ella.