
Necesitamos tu ayuda para seguir informando
Colabora con Nuevatribuna
Tuve la triste oportunidad de ver más de una vez episodios de lucha callejera en Donostia. La protagonizaban chavales muy jóvenes enfrentándose, con pañuelos en la cara para no ser reconocidos, a ertzainas protegidos con cascos y escudos. Aquello se llamaba kale borroka y constituía un "terrorismo de baja intensidad" practicado como complemento doméstico al de verdad, el que se desarrollaba con tiros en la nuca y goma-2.
No sé por qué me viene esto a la memoria después de ver el último episodio de la actuación política del Partido Popular en el Palau de Pedralbes.
Los muertos, esta vez, han estado en varios municipios de Valencia, durante la DANA, y en las residencias de tercera edad de Madrid, durante la pandemia. Y los disturbios callejeros, en cada reunión política de las que se convocan para hablar, sea el Parlamento o una Conferencia de Presidentes. Hay, incluso, una de las dos Cámaras, el Senado, que se usa como barricada de uno de los contendientes.
Pero hay dos diferencias con aquella kale borroka original. Una, es que los contendientes ya no son chavales y, otra, que nadie se tapa la cara para la práctica de esa actividad, porque de lo que se trata, precisamente, es de que se les vea bien.
Quizás, a alguna participante no le guste que eso se llame kale borroka, como no le gustaría que se conociera como "baralla de carrer" pero que, serlo, como las meigas, es.
Y, mientras, la vida fluye y, con ella, la subida incesante del precio de alquiler de las viviendas, la falta de las mismas en condiciones de accesibilidad posible y la segregación social entre gente que puede y gente que no puede constituir una unidad familiar por falta de un sitio donde vivir.
Y, ¿qué tiene esto que ver con gente tan principal que acude en coches oficiales al Palacio de Pedralbes de Barcelona? Bueno, en realidad, y a la vista de lo ocurrido, nada. Si fueran hombres y mujeres "de Estado" se verían concernidos por el artículo 47 de la Constitución que impone a los poderes públicos el deber de promover las condiciones necesarias y establecer las normas pertinentes para hacer efectivo el derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Pero, no.
En realidad, para estos personajes, las propuestas del presidente del Gobierno para acometer el problema de la vivienda, no eran más que una cortina de humo para distraer al país de lo que consideran el problema principal: Pedro Sánchez.
Que nadie piense en resolver su problema de vivienda si triunfan los de la kale borroka institucional
Al menos, podrían lanzar mensajes ilusionantes como, ¡Si echamos a Sánchez, tendréis viviendas!. Eso hizo Lenin prometiendo tierras si echaban al Zar. Porque tenía el propósito de arrebatárselas a los "kulaks" para repartirlas entre los campesinos pobres. Sin embargo, no veo yo al Partido Popular expropiando viviendas a bancos y a "grandes tenedores" para repartirlas entre demandantes de viviendas. Y, si no les gustan ni los impuestos ni los fondos europeos, no parece posible que vayan a promover muchas viviendas públicas, de lo que tampoco son muy partidarios.
Así pues, que nadie piense en resolver su problema de vivienda si triunfan los de la kale borroka institucional. Lo único que está en juego es el cambio de residencia de Núñez Feijóo al Palacio de la Moncloa. Y, para ese viaje, la verdad es que no merece la pena el emplear muchas alforjas.
A estos efectos, resulta curioso el cambio de influencia entre la calle y el foro político. Para Curzio Malaparte el valor de la acción en la calle era sustancial para el desarrollo de algunos golpes de Estado (como la marcha sobre Roma de Mussolini). Pero, con la bronca de salón, el camino es el inverso: se trata de animar a sus adeptos a que salgan a la calle convertidos en oficiantes de un rito clamoroso de protesta contra el Gobierno. Qué mejor, para estos, que emular de sus líderes su relación con el adversario político convertido en enemigo público.
Y, para ello, mucho mejor que acusar al Gobierno de no controlar el IPC, el PIB, la tasa de empleo o zarandajas por el estilo, hay que acusarles de corrupción, mafia, crimen organizado y cosas así. ¡Qué lejos quedan ya los tiempos en que lo peor que decían de Pedro Sánchez es que llevaba gafas de sol dentro del Falcon! (¿se acuerdan?). Y, sin embargo, lo de entonces, y lo de ahora, lo dicen con la misma saña y es recibido por la parroquia con la misma gravedad.
Con la bronca de salón se trata de animar a los adeptos a que salgan a la calle convertidos en oficiantes de un rito clamoroso de protesta contra el Gobierno
La verdad es que todas esas acusaciones terminan caducando. La corrupción de González, cuando el PP fue condenado, y desplazado del Gobierno, precisamente por corrupción. La traición de Zapatero con las víctimas del terrorismo cuando volvió la paz a Euskadi. La ruptura de España por la amnistía de Sánchez cuando han podido ir los presidentes del resto de España a montar la bronca a Pedralbes. Y lo de las gafas de sol cuando han encontrado a jueces favorables a instruir lo que haga falta.
Esto último también caducará y esperemos que no vaya la cosa a mayores. Que acepten al Tribunal Constitucional como garante del sistema y no apelen a otras instituciones como han hecho en otros momentos.