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Ayuso nunca escucha ni dialoga. Va con su rollo preparado a donde quiera que sea. Sus intervenciones en la Asamblea madrileña son cada vez más escatológicas. Responden a un guion previo preparado por su consejero áulico. Son pura propaganda de autobombo que se adereza con terribles descalificaciones destinadas a sus adversarios políticos. Las declaraciones que realiza en cualquier acto y sus ruedas de prensa responden a esa misma tónica. Fue a la conferencia de presidentes, pero no le interesaba defender los intereses de su comunidad, sino armar bulla y dar la nota.
Llevaba preparada una nueva soflama de corte populista, como aventajada discípula del trumpismo. Tenía preparado su desprecio a los pinganillos, aunque no se ausentó de la introducción del presidente gallego en su lengua, quien por cierto elogió la riqueza que supone contar con cuatro lenguas cooficiales, aunque solo una sea mayoritaria. El desplante de ayer solo tiene una explicación. Es una nueva cortina de humo, para desviar el foco de atención. Se la ve muy nerviosa y tiene razones para ello. El tema de las residencias podría dar un giro inesperado y los líos judiciales del ciudadano particular en cuyo ático reside tienen una entidad muy sustantiva.
Negó el saludo protocolario a la ministra de sanidad y lo hizo con el psicoanalítico argumento de que le ahorraba saludar a una vulgar asesina. En el fondo de su corazoncito algo le deben pesar aquellas agonías para las que no hubo ningún socorro, salvo si tenías un seguro médico privado. Pero eso no le inhibe de cumplir con los protocolos en un acto institucional, por mucho que su propósito sea convertirlo en una barraca de feria. Su gratuita ofensa para con quienes presiden los gobiernos autonómicos de Cataluña y Euskadi, parece añorar la crispación del 151 o incluso al terrorismo etarra. En realidad, su actitud la homologa simétricamente con sus fantasmagóricos adversarios en más de un aspecto.
Ayuso cultiva un curioso ultra nacionalismo madrileñista, que convierte a la capital del reino en una España cañí, regida por la emperatriz de las cañitas y del gracejo macarra
Por de pronto, comparte con sus presuntos enemigos el desprecio a la lengua española que profesaron algunos independentistas catalanes o vascos. Pero también cultiva un curioso ultra nacionalismo madrileñista, que convierte a la capital del reino en una España cañí, regida por la emperatriz de las cañitas y del gracejo macarra. Va tanto por libre, al margen de su partido, que parece haberse declarado un reino independiente, ideal para empresarios y comisionistas, como su pareja sentimental o su propio hermano. Por algo será que Miguel Ángel Rodríguez lo tiene agendado en su teléfono como Amador Quirón, para identificarlo mejor, dado el volumen de negocio que su presidenta tiene con la sanidad privada, en detrimento del sistema sanitario público.
Los extremos tienden a tocarse y se parecen más de lo que les gusta reconocer. Pertenecen al club del dogmatismo intransigente que repudia cuanto no pueda identificarse con sus credos e intereses. Ayuso da en practicar un españolismo ultranacionalista que identifica España con su concepto de Madrid, un lugar que nunca hubiera sido sospechoso de semejante deriva, hasta que apareció este personaje.