
Entremos en la Edad Media, aquellos siglos que comienzan en el mundo occidental al que perteneces, España, con la desapariciĂłn del poder de Roma en la quinta centuria, durante el largo tramo de tiempo en el que se producen la crisis de lo urbano, la agonĂa de la economĂa basada en la esclavitud, la expansiĂłn del cristianismo y las invasiones de pueblos nĂłmadas que llegan desde Asia, cuando a lo que llamamos AntigĂŒedad no le queda un hĂĄlito de vida.
Y si entramos en el medievo hispano, digamos que hablamos de la España visigoda, de la Hispania visigoda, a la que aquellos godos llamaron Spania cuando no usaban el latĂn y sĂ su propia lengua germana. En la segunda mitad del siglo VI, el rey visigodo Leovigildo puso fin a la existencia del reino suevo y afirmĂł la hegemonĂa de los suyos en la penĂnsula IbĂ©rica, aunque no serĂa hasta el reinado de Suintila en el que los godos del Este gobernarĂan ya sobre toda ella, al incorporar la franja costera que va desde Valencia hasta CĂĄdiz, tras arrebatĂĄrsela a los sucesores de Roma en el otro lado del MediterrĂĄneo, el Imperio bizantino, a principios del siglo VI. El rey Recaredo abjurĂł del arrianismo, la religiĂłn de los visigodos, y aceptĂł el catolicismo a finales de esa misma centuria, y ya en el siglo VII el rey Recesvinto promulgĂł el Liber Iudiciorum, conocido mĂĄs tarde asimismo como Fuero Juzgo, el cĂłdigo legislativo que suponĂa la unidad jurĂdica de tus tierras por aquel entonces y que hacĂa desparecer las diferencias jurĂdicas entre visigodos e hispanorromanos. La monarquĂa visigoda estuvo siempre delimitada por el carĂĄcter electivo de los reyes de Spania, sometidos a la extrema influencia que ejercĂan la Iglesia y los nobles. Y no debemos olvidar algo, que los visigodos eran muy pocos en unas tierras donde eran abrumadora mayorĂa sus pobladores antes de la llegada de los germanos. Llegamos a las postrimerĂas del siglo VII: la lucha por el poder se recrudece justo cuando los ĂĄrabes islamizados se estĂĄn expandiendo tanto que, en el año 711, ya en la octava centuria, se producirĂĄ la invasiĂłn de la penĂnsula IbĂ©rica por parte de musulmanes procedentes del norte de Ăfrica que pondrĂĄ punto y final al dominio visigodo.
Pronto, muy pronto, los nuevos dominadores de tus territorios llamaron a las tierras peninsulares (y a lo que en un pequeño lapso de tiempo poseyeron en el sur de lo que hoy es tu vecina Francia) Al-Andalus, que no sabemos muy bien quĂ© quiere decir, y conquistaron toda la PenĂnsula, excepto las zonas montañosas cantĂĄbricas y pirenaicas (si bien habrĂan de pasar dos siglos hasta que se hicieron con las Baleares). Pocos eran aquellos musulmanes invasores, bereberes a las Ăłrdenes de los ĂĄrabes expansionistas, que lograron sin mayor esfuerzo imponer su religiĂłn a los hispanorromanos y a los escasos visigodos que poblaban lo que dejarĂĄ de llamarse Hispania.
CĂłrdoba pasĂł enseguida a sustituir a la Toledo visigoda como capital de tus tierras de aquellos tiempos, España, y en ella se estableciĂł un emirato dependiente de la Damasco de los califas Omeyas del islam hasta que, en el año 756, un miembro de aquella dinastĂa, que serĂĄ conocido como Abd al-Rahman I, tras escapar a la matanza de su familia huyĂł de lo que entonces era Siria para llegarse hasta las tierras hoy andaluzas y proclamarse emir, independiente de los nuevos califas AbasĂes, emirato cuyo fin llegĂł en el 929, cuando el emir Abd al-Rahman III, descendiente del primer emir, se proclamĂł califa, con lo que se instituyĂł uno de los mayores y esplĂ©ndidos poderes de la Europa de aquella Alta Edad Media, el conocido como Califato de CĂłrdoba, que perdurĂł hasta que en los primeros años del siglo XI un mosaico de reinos de taifas (âde facciones o bandosâ dirĂamos en castellano), que llegaron a ser hasta 39, poblĂł lo que quedaba del Al-Andalus al que, como te explicarĂ©, los cristianos provenientes del norte reducĂan lentamente en extensiĂłn. De la destacada importancia de la cultura andalusĂ para lo que acabarĂĄs por ser, España, es buena prueba, a modo de ejemplo, por no hablar de la Gran Mezquita de CĂłrdoba o de las traducciones ĂĄrabes de los clĂĄsicos griegos que conservarĂĄn en Europa su memoria imperecedera de clĂĄsicos de la cultura occidental, la incorporaciĂłn a la vida civil y a la contabilidad pĂșblica del sistema de numeraciĂłn indio que sustituyĂł al muy insuficiente romano, en las postrimerĂas del siglo IX.
Y ahora, vayamos al norte tuyo, España de cuando no habĂa España. Y retrocedamos de nuevo al siglo VIII. Zonas montañosas mĂĄs poblaciones casi sin haber sido romanizadas mĂĄs visigodos refugiados dan como resultado la apariciĂłn de tierras donde se resistirĂĄ a los afincados musulmanes. Tierras todas ellas en el ĂĄrea septentrional de la PenĂnsula, y las primigenias de ellas las asturianas, y un año emblemĂĄtico y un lugar de un poder simbĂłlico mĂĄs allĂĄ de la realidad y un nombre propio casi legendario aunque histĂłrico: 722 el año, Covadonga el sitio y el noble visigodo Pelayo la persona. Surge en aquella octava centuria un reino, el de Asturias, que, proclamado heredero del periclitado visigodo, crecerĂĄ e incluso encontrarĂĄ en el siglo IX un chollo de alcance mundial (entendida la palabra por el mundo conocido): el descubrimiento Âżinventado? en Galicia de los restos del apĂłstol Santiago habilitarĂĄ la gran vĂa de peregrinaciĂłn religiosa europea de los tiempos medievales, el Camino de Santiago, que permitirĂĄ vincular a este primigenio reino cristiano peninsular, y a los que vendrĂĄn despuĂ©s, con la Europa del momento. Otro año de referencia para este nĂșcleo que pasa de ser de resistencia a serlo de convivencia-enfrentamiento con Al-Andalus: 900, que es cuando los pobladores del reino de Asturias llegan al rĂo Duero mientras va surgiendo una sociedad donde comienzan a proliferar los campesinos no sometidos a la nobleza, los campesinos libres, poco antes de que surja como sucesor del reino astur el reino de LeĂłn, en el que a comienzos de ese siglo X, donde se estĂĄ gestando la lengua romance castellana, surge el condado de Castilla, padre del reino de Castilla que habrĂĄ de erigirse a mediados de la siguiente centuria desgajĂĄndose inicialmente del leonĂ©s.
Las otras tierras donde se resistirĂĄ a los musulmanes de Al-Andalus se encuentran en la zona oriental de la penĂnsula IbĂ©rica, que casi ocupas por completo, España, donde surgieron tres nĂșcleos de resistencia. Uno, el pirenaico occidental, de donde vendrĂĄ al mundo en el siglo IX el reino de Pamplona, llamado de Navarra tres centurias mĂĄs tarde, que se expandirĂĄ por el valle del rĂo Ebro a comienzos del siglo X. Dos, el nĂșcleo pirenaico central, donde nacerĂĄ tambiĂ©n en el siglo IX el condado de AragĂłn, padre del que en el siglo XI serĂĄ ya el reino de AragĂłn, cuya extensiĂłn se darĂĄ tambiĂ©n por tierras del Ebro hacia los lĂmites marĂtimos mediterrĂĄneos. Y tres, el nĂșcleo mĂĄs oriental, conocido primigeniamente como Marca HispĂĄnica, que no era sino la frontera polĂtica y sobre todo militar del Imperio Carolingio de los reyes francos que gobernaban en aquellos siglos altomedievales buena parte de la Europa occidental, desde la sĂ©ptima hasta la dĂ©cima centuria, integrada por varios condados, el mĂĄs importante de los cuales era el de Barcelona, que a finales del siglo X aprovecharĂĄ el final de la dinastĂa Carolingia para independizarse de hecho de los reyes francos.
PrĂłxima entrega: segunda parte de 5.3 Tu Edad Media