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viernes. 06.06.2025
TRIBUNA DE OPINIÓN

La pobreza made in USA

La nación más rica del mundo, Estados Unidos, se enfrenta a niveles de pobreza que superan los de cualquier otra democracia avanzada.
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Estoy leyendo el libro de Matthew Desmond, Pobreza made in USA, publicado en español en el 2023. Es para reflexionar. Explica las razones de la persistencia de la pobreza en el país referente mundial. Es un fenómeno sostenido activamente por quienes se benefician de él, mediante salarios bajos, vivienda inaccesible, un sistema de bienestar desigual… La nación más rica del mundo, Estados Unidos, se enfrenta a niveles de pobreza que superan los de cualquier otra democracia avanzada. En una tierra de abundancia, resulta sorprendente que uno de cada ocho niños no tenga satisfechas sus necesidades básicas. A través de años dedicados a la investigación y reportajes en el terreno, el sociólogo y ganador del Premio Pulitzer Matthew Desmond revela que la pobreza no es un mero accidente ni una consecuencia inevitable del capitalismo; más bien, es un fenómeno que se sostiene activamente por aquellos que obtienen beneficios de ella. Decenas de millones de estadounidenses no acaban siendo pobres por un error histórico o una decisión personal. La pobreza persiste porque hay quien quiere que persista. No es un accidente o una anomalía, es claramente un negocio.

Durante los últimos 50 años, la ciencia ha secuenciado el genoma humano y ha eliminado la viruela; los índices de mortalidad infantil y las muertes por enfermedades cardiovasculares se han reducido en un 70% en Estados Unidos. El ciudadano estadounidense medio ha ganado casi una década de vida. Hemos asumido que el cambio climático es una amenaza a la especie humana, hemos inventado Internet y los móviles. Pero  en cuanto a pobreza, el autor se plantea una pregunta retadora, ¿Cuánto hemos avanzado? Según la definición del umbral de la pobreza del Gobierno federal, en 1970 el 12,6% era pobre; dos décadas después era de 13,5%; en 2010, un 15,1%; en 2019, un 10,5%. Que el nivel de vida haya subido de forma generalizada  no significa que la pobreza haya descendido. Hace 4 décadas, sólo los ricos tenían teléfonos móviles, ahora la mayoría de los estadounidenses tienen uno, incluso muchas personas pobres, ya que lo necesitan para encontrar trabajo, vivienda o pareja. El a ciertos artículos de consumo (pantallas de TV, microondas, neveras, móviles) es una prueba incuestionable de que los pobres tampoco son tan pobres. Tal afirmación es falsa, no puedes comerte un móvil ni cambiarlo por un salario decente ni una asistencia sanitaria adecuada. Un móvil no te proporciona vivienda estable Además la bajada del coste de determinados artículos de consumo como teléfonos o microondas se ha producido simultáneamente al encarecimiento de servicios esenciales como la salud o la vivienda. Entre el 2000 y 2022, en una ciudad media, el coste del combustible y los suministros básicos como el gas o la luz aumentó un 115 %. ¿De qué te sirve un microondas si no puedes pagar la luz?

Ya he citado al principio algunas razones de la pobreza: salarios bajos, vivienda inaccesible y un sistema de bienestar desigual. Me fijaré especialmente en el tema salarial. Matthew Desmond, es un sociólogo  tal como nos cuenta en el prólogo que bajó, trató y habló con personas  en los lugares donde se produce la pobreza. Empezó a preocuparse por la pobreza cuando era niño, teniendo una familia con dificultades económicas. No habla de la pobreza desde los despachos de universidades prestigiosas o fundaciones de entidades financieras, baja a la calle. Esta metodología de la investigación,  me recuerda a un gran economista, del que he hablado en algunos artículos anteriores, el chileno Manfred Max-Neef, autor del libro Economía Descalza: Señales desde el Mundo Invisible. Manfred nos explica el concepto de Economía descalza: «Es una metáfora surgida de una experiencia. Trabajé 10 años en áreas de pobreza extrema, en las sierras, en la jungla, en áreas urbanas de Latinoamérica. Un día estaba en una aldea indígena en la sierra de Perú. Un día horrible; con una lluvia copiosa. En una zona muy pobre y frente a mí otro hombre parado sobre el lodo. Era de corta estatura, delgado, con hambre, desempleado, cinco hijos, una esposa y una abuela. Yo el refinado economista de Berkeley. Nos mirábamos de frente y no supe qué decirle; todo mi lenguaje de economista era obsoleto. ¿Debería decirle que se pusiera feliz porque el PNB había subido un 5%? Era absurdo. Entonces descubrí que no tenía un lenguaje para él y que debía inventar un idioma nuevo. ¿Y cuál es ese idioma? Sabemos muchísimo pero entendemos muy poco. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tantos conocimientos. Pero mira cómo estamos. ¿Para qué nos ha servido el conocimiento? El conocimiento no es suficiente. Carecemos de entendimiento. La diferencia entre conocimiento y entendimiento es clara. Sólo puedes llegar aspirar a entender aquello de lo que te vuelves parte. Cuando perteneces, entiendes. Entendí la pobreza porque estuve allí; viví, comí y dormí con ellos».

Matthew Desmond nos muestra con numerosos ejemplos su trabajo de calle. Nos recuerda el proceso que tuvo que pasar su amigo Woo para conseguir su pensión de discapacidad después de amputarle la pierna. De dos metros de altura era un estupendo guardia de seguridad. Vivieron juntos una temporada en un edifico alquilado por habitaciones en el North Side de Milwauke; le llamaba Andy y le gustaba que le llamara Red. Cuando fue a verlo al hospital, lo encontró en una silla de ruedas, con el muñón enfundado en una férula temporal y apoyado en un soporte. Parecía pequeño, acercó las manos a lo  que le quedaba de la pierna, como enseñándome lo que le había pasado, y nos echamos a llorar. No dejaba de repetir “me han fastidiado” Al darle de alta, le ayudó a solicitar una renta complementaria de 800 dólares, con la que sobrevive a duras penas.

Quiero describir otro hecho sacado del capítulo del libro, titulado ¿Cómo debilitamos a la clase trabajadora? Es un hecho, que puede servir  de paradigma de la incidencia de los bajos salarios y de la explotación laboral a la que están sometidos muchos inmigrantes, aunque también muchos nativos. Es un documento demoledor. Recuerda la situación laboral de la clase obrera en los inicios de la Revolución Industrial. Nos cuenta Matthew Desmond que hace unos años, conoció a Julio Payés, un guatemalteco con residencia permanente que había llegado a Estados Unidos con un visado de trabajo. Vivía en Emeryville (California), una ciudad de unos 12.000 habitantes entre Oakland y Berkeley. En 2014, Julio trabajaba 80 horas a la semana en dos trabajos a tiempo completo. Empezaba el día en el turno nocturno de un McDonald´s abierto las 24 horas, donde servía hamburguesas y patatas fritas desde las 10 de la noche a las 6 de la mañana. Cuando acababa, tenía 2 horas para descansar y ducharse. Después fichaba en la empresa de servicios temporales Aerotek y se iba adonde lo mandaran de las 8 de la mañana a las 4 de la tarde. Acabada su segunda jornada, dormía todo lo que podía. Y de vuelta a McDonald´s. Para mantenerse tomaba toneladas de café y Coca-Cola. Cobraba el salario mínimo en sus dos trabajos. Me dijo que se sentía como un zombi, sin energías, siempre triste, pero, para poder permitirse la habitación sin amueblar que compartía con su madre y sus dos hermanos, tenía que trabajar 16 horas al día, 7 días a la semana. Estaba siempre trabajando o durmiendo, sin vida entre medias. En una ocasión, su hermano pequeño, Alexander, que entonces tenía 8 años, le contó que estaba ahorrando. “Quiero comprar una hora de tu tiempo”-le confesó el pequeño-¿Cuánto por una hora para jugar conmigo?”. Julio miró a su hermano y se echó a llorar. Poco después, se desmayó de puro agotamiento en el pasillo de un supermercado. Tenía 24 años. Julio acabó en una camilla. Nos sigue diciendo. Matthew Desmond, que en el invierno de 2019 habló con Julio y le comentó que estaba ganando 15 dólares por hora en un Burger King y 15,69 en un gran hotel de camarero de piso. Podía permitirse  hacer menos horas, unas 48 semanales cuando las cosas estaban tranquilas y 60 si había movimiento. Dormía más y paseaba por el parque; y que se sentía mucho mejor. Sigue diciéndonos, Matthew Desmond, que Julio después que le subieran el sueldo, se abrió una modesta cuenta de ahorro para emergencias y empezó a pasar más tiempo con Alexander, al que podía a recoger a menudo en el colegio. “Antes me sentía como un esclavo, ahora me siento más seguro”.

También plantea un tema muy polémico en la economía desde hace décadas: la incidencia de la subida del salario mínimo sobre el empleo. En 1946, la revista American Economic Review publicó un artículo The Economics of Minimum Wage Legislatión de George Stigler, que luego fue Premio Nobel de Economía en1982, cuya tesis fundamental es que insta a los economistas a que sean francos y, por una vez, se muestren de acuerdo en que subir el salario mínimo es una muy mala idea. Creía que si las empresas tenían que pagar más a las plantillas, se verían abocadas a hacer algunos despidos, potenciando el desempleo entre personas cuyas condiciones laborales podían ser malas, pero que al menos tenían trabajo. La conclusión de Stigler no se basaba en hechos, sino en datos hipotéticos, unos cálculos inventados para ilustrar su teoría. Este argumento ha convencido durante décadas a la ortodoxia económica, lo que se ha reflejado en los manuales de  introducción a la economía. Las encuestas revelan que más del 90% de los economistas profesionales están de acuerdo con la hipótesis de que la subida del salario mínimo disminuye el empleo. Este alto nivel de consenso llama poderosamente la atención en una profesión que se caracteriza por sus agrias discordias. Sin embargo, hay un problema: las pruebas no permiten concluir de modo unánime que los aumentos del salario mínimo reducen el empleo.

Y la refutación a la tesis de Stigler la llevaron a cabo a través de una experimentación en 1992  David Card-Premio Nobel de Economía en 2021) y Alan Kruger. Nueva Jersey decidió subir un salario mínimo mientras que en la vecina Pensilvania se mantenía igual. Era una circunstancia muy apropiada para evaluar la incidencia de la subida salarial sobre el empleo. Tomaron datos en 410 restaurantes de comida rápida de ambos estados antes y después de la subida. Y pudieron constatar que el empleo en el sector de la comida rápida en Nueva Jersey no se contrajo tras el cambio del salario mínimo. Desde entonces se han hecho cientos de estudios económicos similares, la mayoría de los cuales apoyan la conclusión de Card y Krueger, poniendo de manifiesto que el aumento del salario mínimo apenas influye en el empleo. Ambos en 1995 publicaron un libro titulado Mito y Medición. Un análisis de los efectos del salario mínimo. Las últimas subidas del salario mínimo interprofesional en España, viendo la evolución del empleo, corroboran la tesis de Card y Krueger. Mas, no solo la subida del salario mínimo tiene otras ventajas objetivas, nada más hay que observar  la situación laboral del guatemalteco, Julio, que ya podía ir a recoger al colegio a su hermano y pasear por el parque.

También la pobreza entre la clase obrera está vinculada en los Estados Unidos al declive de los sindicatos. Los lobbies empresariales hicieron profundas incursiones  en los dos partidos, poniendo en marcha una campaña que culpaba al movimiento obrero de la crisis de los años 70, organizado en sindicatos. Hoy, en Estados Unidos, solo una de cada diez personas trabajadoras está afiliada a un sindicato y la mayoría son bomberos, enfermeras, policías y otros empleados. La práctica totalidad de la mano de obra del sector privado, un 94%, carece de afiliación, aunque casi la mitad de las personas no sindicadas aseguran que se afiliarían si tuvieran oportunidad. El declive sindical como causa del empeoramiento de la clase obrera lo he tratado ya en algún artículo en este medio, A menor sindicación mayor desigualdad, 2 de agosto de 2019. Y también en Los “union busters”, o “demoledores de sindicatos” en los Estados Unidos de los 70, de 18 de febrero de 2023.

Deberíamos tener en cuenta que si los trabajadores pobres reciben un aumento salarial, su salud mejora drásticamente, Diferentes estudios han demostrado que cuando suben los salarios mínimos, bajan el abandono infantil, el consumo de alcohol precoz y los embarazos adolescentes. También se reduce el tabaquismo. Las grandes tabacaleras hace tiempo que se dirigen a las comunidades de rentas bajas. El estrés crónico que acompaña a la pobreza, como hemos visto en el caso del guatemalteco Julio, se puede detectar a nivel celular. Según un estudio, hasta 5.500 de las muertes prematuras que se produjeron en la ciudad de New York entre 2008 y 2012 podrían haberse evitado si el salario mínimo hubiera sido en esos años de 15 dólares la hora en lugar de los poco más de 7. Un sueldo más alto es antidepresivo, ayuda a dormir y alivia el estrés. . ¿Somos conscientes del daño causado a los trabajadores  al negarles un sueldo decente para que algunos se aprovechen y que disfruten de más riqueza?  Les privamos de la felicidad, la salud y de la vida misma. ¿Este el capitalismo que queremos? ¿Este es el capitalismo que nos merecemos y que entre todos mantenemos? Parece ser que sí.

Me he fijado en el tema salarial. Pero hay otros aspectos a considerar en la pobreza en los Estados Unidos. Los pobres están privados de una asistencia sanitaria adecuada.  Un ejemplo. En su blog la guatemalteca Ilka Olica Corado. Crónicas de una inquilina, publica en el 2016 el artículo Miseria en la yugular del capitalismo, donde señala la dramática situación de atención sanitaria de los parias: los olvidados y explotados del sistema. Ilka es uno de ellos, como su salario por indocumentada no le da para pagar una clínica privada y no tiene seguro médico para ir a un hospital del sistema, acude a unas "clínicas" con largas horas de espera, en estancias con -18° en lo más crudo del invierno, con paredes manchadas y la pintura descascarándose, puertas oxidadas, sillas despintadas. Un aspecto lúgubre y deprimente, que le recuerda los hospitales públicos de su sufrida Guatemala, donde las medicinas las compra el paciente. La clínica está a pocas cuadras del centro de la ciudad, del glamour, de los rascacielos, de ese rostro estadounidense de la opulencia con el que los medios venden la treta del país más rico del mundo. Cómo es posible nos dice Ilka –pienso en mis adentros mientras observo la calamidad- que este país invierta millones de dólares en guerras, en invasiones a otros países, en sobornos, en polarizar la información, en cárceles para indocumentados, en deportaciones si aquí dentro hay tanta necesidad. ¿Por qué lo medios de comunicación no informan de esto, de esta calamidad a todas luces en este país? ¿Por qué se sigue engañando a las masas con la mentira de un sueño americano que nunca ha existido? ¿Por qué se sigue entrevistando a “latinos o emigrantes éxitos” cuando la realidad es otra y nos escupe el rostro todos los días? ¿Por qué se trata de ocultar a toda costa el hedor de la alcantarilla donde los pobres se pudren en la miseria?

Acabo con otras secuelas de la pobreza. Un mes después de los atentados del 11 de septiembre, un alto funcionario del FBI, Ronald Dick, advirtió a la Cámara de Representantes: "Debido a la importancia crucial del agua para todas las formas de vida... el FBI considera un peligro grave amenazar con atacar el suministro de agua". En 2003, un artículo de United Press International informaba que un agente de al-Qaeda "(no descarta) utilizar gas sarín y envenenar el agua potable de Estados Unidos y ciudades de Occidente". El ataque contra el suministro de agua que los terroristas no lograron realizar, lo realizó con éxito el estado de Michigan. Los hogares de la ciudad de Flint con mas del 60% de afroamericanos han estado abastecidos con agua contaminada con plomo desde 2014, para ahorrar 5 millones, lo que ha provocado enfermedades y posible daño cerebral a los habitantes más jóvenes. El activista Michael Moore lo ha calificado de "crimen racial". "En otro país se le llamaría limpieza étnica". "Esto no hubiera ocurrido en ciudades de predominio blanco".

Como señalaba al principio, la pobreza con sus gravísimas secuelas persiste porque hay quien quiere que persista. No es un accidente o una anomalía, es claramente un negocio.

La pobreza made in USA