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El partido liberal de centro izquierda del primer ministro canadiense, Mark Carney, ha ganado las elecciones en Canadá rozando una mayoría impensable hace semanas, cuando se daba por descontada la victoria del conservador Pierre Poilivre, quien partía como favorito con veinticinco puntos de ventaja en las encuestas y tiene a Trump como su paradigma político. La segunda presidencia de Trump ha cumplido sus primeros cien días con un balance realmente desolador. El mundo entero está pendiente de sus estrambóticas ocurrencias y continuos cambios de humor. Es una suerte que juegue tanto al golf y quedemos momentáneamente a salvo de los variopintos estragos producidos por sus declaraciones. Cada vez que Trump da una rueda de prensa o habla con los periodistas a bordo de su confortable avión presidencial, sus palabras provocan un portentoso sucedáneo del efecto mariposa capaz de alterar el orden establecido y ponerlo todo patas arriba. Las cotizaciones bursátiles registran alteraciones que benefician a unos pocos y perjudican al resto. Un encuentro fortuito con Zelenski en el funeral del Papa Francisco podría incidir en la guerra de Ucrania, porque da en considerar que ha cerrado un lucrativo negocio. Se interpretan sus apretones de manos y sus gestos como si se descifrara un oráculo para hacer un vaticinio.
El riesgo de una eventual anexión a EEUU ha puesto a Canadá en guardia, reorientando las preferencias electorales
Con todo, hay signos relativos a un prematuro cambio de tendencia que resultan alentadores. En Wisconsin esos millonarios cheques que Musk volvió a repartir entre los electores afines, tal como hizo durante la campaña del propio Trump, no consiguieron imponer al juez de su preferencia, demostrándose con ello que la fórmula de incentivar votos con dinero no es infalible. Incluso podría pasar lo contrario, si reparamos en las elecciones canadienses. Tras tres victorias consecutivas de Justin Trudeau, el partido conservador canadiense tenía su victoria virtualmente asegurada, porque se aplaudía su sintonía con el triunfante modelo de Trump. Pero esa tendencia cambió radicalmente y el riesgo de su eventual anexión a los Estados Unidos ha puesto a Canadá en guardia, reorientando las preferencias electorales. El candidato liberal que sustituyó a Trudeau como primer ministro vio incrementarse sus opciones, incluso con el hándicap de no dominar el francés. Bien al contrario, la hoja de arce se ha revitalizado, poniéndose por ahora entre paréntesis la querencia independentista del sector francófono quebequés.
Mark Carney no es ni mucho menos un izquierdista radical, como muestra el haber ejercido sucesivamente como gobernador de los Bancos de Canadá e Inglaterra, pero parece ser un economista que no asume dogmáticamente la perspectiva económica y pretende que los valores del mercado no deben arruinar la prosperidad social, porque deben predominar las responsabilidades morales. Aunque Carney no pudo asistir a las exequias del Papa Francisco por estar en plena campaña electoral, su sintonía con el austero pontífice reformista recién fallecido le viene dictada por un catolicismo evangélico, que sirve como contrapeso a las exigencias de una economía sin rostro humano. Nada que ver con las pulsiones usureras del diabólico entorno evangelista que gusta de adular a Trump como si fuera una salvífica figura mesiánica.
Falta saber si esta reacción frente a los excesos del trumpismo de la que ha hecho gala el pueblo canadiense suponga una excepción o refleje más bien un cambio de tendencia en el mapa geopolítico mundial, habida cuenta de que, hasta el momento, los vientos de la historia se mostraban propicios para un movimiento reaccionario que parecía imparable y estaba destinado a perdurar, como testimonian las gorras que anuncian ya la hipotética candidatura de un tercer mandato para quien ahora ocupa La Casa Blanca por segunda vez. Ojalá cundiera el ejemplo canadiense y se tomaran en serio las amenazas de un mandatario con ademanes autoritarios al que le gustaría imponer sus caprichos infantiloides a diestro y siniestro, como si el concierto de las naciones debiese acatar sus chantajes e imposiciones rindiéndole pleitesía. La política no es un juego de suma cero, porque las personas no son peones en el tablero de un inmenso negocio comercial y la ética no puede verse impunemente atropellada por los intereses crematísticos de quienes ostentan unos patrimonios desmesurados e impúdicos.
Canadá está en disposición ahora mismo de reivindicar los valores democráticos enarbolados por las revoluciones sa y norteamericana
Canadá está en disposición ahora mismo de reivindicar los valores democráticos enarbolados por las revoluciones sa y norteamericana, tan opuestos y antagónicos a ese despotismo contra-ilustrado de cuanto significa ese trumpismo que a veces nos hace pensar en distopias homologables a la narrada por El cuento de la criada, donde por cierto Canadá era tierra de libertad para quienes lograban abandonar la ficticia y opresora República de Gilead. Como siempre hay quien posibilite un disparate, Trump con su intransigente autoritarismo reaccionario a lo peor podría lograr que parte de la ciudadanía norteamericana buscase asilo político en Canadá e incluso que alguno de los cincuenta Estados se planteara su anexión al vecino del norte. Hay fantasías que pueden cumplirse del revés contra todo pronóstico, si se ponen las condiciones de posibilidad para ello.