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No es prudente, tampoco lo que se lleva ni está bien visto, pero la realidad es que Estados Unidos, que nació de Europa, sólo ha mantenido con su matriz una relación turística acomplejada que se transformó tras la Segunda Guerra Mundial en un afán de dominio ideológico y económico exacerbado en nuestros días.
Estados Unidos declaró la guerra a Alemania en diciembre de 1941, cuando el imperio nazi había dado muestras de flaqueza en la URSS y el Norte de África. Entre tanto, durante los dos años anteriores vendió armas, pertrechos, alimentos y todo tipo de manufacturas a los países en guerra, poniendo los cimientos a su posterior hegemonía política y económica mundial. Siendo importante su intervención en el conflicto europeo en los años siguientes, no es comparable ni en número de bajas ni en inversión respecto a su riqueza nacional con el esfuerzo de otros países como la URSS o Reino Unido.
Al acabar la contienda, Estados Unidos ideó la operación económico-financiera más grande de la historia. Había que reconstruir la Europa devastada por la barbarie, las ciudades, las fábricas, los monumentos, las infraestructuras. Las monedas europeas no valían nada, una barra de pan podía costar más de un kilo en papel moneda. Estados Unidos diseñó el Plan Marshall, un plan mediante el cual aportaría cantidades ingentes de dinero para la reconstrucción de países como Alemania, Francia o Italia a cambio de que las empresas yanquis tuviesen un papel primordial y de que los estados beneficiados depositasen en sus bancos centrales a nombre de la Reserva Federal norteamericana cantidades nominalmente equivalentes de sus monedas nacionales a los dólares recibidos. Al principio, los depósitos nacionales eran papel mojado puesto que su moneda no valía nada, pero conforme la economía europea se fue reactivando, también lo hicieron sus divisas, llegando en los años cincuenta a valer más de lo aportado por el amigo americano, de tal manera que el tan alabado Plan Marshall terminó por convertirse en uno de los negocios más rentables de todos los tiempos.
La OTAN siempre ha sido un instrumento al servicio de la política exterior y la economía yanqui
Al mismo tiempo que se desarrollaba el Plan Marshall, Estados Unidos puso en marcha la OTAN, organización nacida al calor de la Guerra Fría y que no tenía ningún interés defensivo sino el de someter a la URSS a una presión bélica que le hiciese gastar en armas lo que necesitaba invertir en industrias para la paz y el bienestar de sus ciudadanos. La OTAN en ningún momento de la historia sirvió para defender a Europa de ningún hipotético enemigo rojo que se la quisiera comer, que pretendiese ocupar París y Berlín para montar koljoses y sovjoses, en ningún momento los nuevos zares de todas las Rusias tuvieron la más mínima intención de intervenir en Europa Occidental, llegando en su moderación a aceptar el deseo yanqui de que la dictadura franquista se perpetuase más allá de 1945. Sin embargo, la OTAN sí sirvió para controlar los gobiernos europeos, la política de las democracias europeas, por ejemplo para evitar que en Italia pudiese haber un Gobierno comunista, para desestabilizar Grecia, para saquear a Alemania, para convertir al Reino Unido en su particular caballo de Troya o para potenciar la instauración de gobiernos dictatoriales allá donde fuese posible.
En las últimas décadas, la implicación de la OTAN en las guerras balcánicas, en el norte de África, en Oriente Medio y en el cerco a Rusia, abriendo bases en antiguas repúblicas soviéticas, no hace más que confirmar que nunca fue una organización para defender a Europa u Occidente de una amenaza oriental, sino un instrumento al servicio de la política exterior y la economía yanqui. No existe ni una sola amenaza a los países fundacionales de la OTAN por parte de país alguno que haya sido conjurada por la acción de las tropas imperiales, no ha habido situación de riesgo para Europa que la OTAN haya evitado con su poderoso ejército, mantenido y financiado por todos los países y no sólo por Estados Unidos que hasta la fecha ha sido el único país en sacar provecho de la organización.
Llegan los brutos, los bestias, los hombres del paleolítico, los que todavía no han aprendido a distinguir entre valor y precio
Llegan los brutos, los bestias, los hombres del paleolítico, los que todavía no han aprendido a distinguir entre valor y precio. Aseguran que durante décadas nos han salvado, han sido como nuestros padrecitos que llegaban a la cama, nos contaban un cuentecito, nos arropaban y pasaban toda la noche en vela por nuestra seguridad. Nos amenazan, dicen que ya no están dispuestos a seguir velando por nosotros, a pagar nuestra seguridad, que si queremos seguir siendo amigos hemos de tragarnos los aranceles que pongan a nuestros productos y comprarles armas que valgan como el 5% de nuestro PIB, es decir que cerremos hospitales, universidades, escuelas, que liquidemos el sistema de pensiones y asistencia social para comprar cañones, bombas, granadas, morteros, misiles, armas de destrucción masiva que no sirven absolutamente para nada si el otro, si el hipotético enemigo tiene un arsenal de bombas atómicas y la intención de destruirlo todo.
Es un chantaje, el chantaje del nuevo rico, del matón de esquina, del hombre que se quedó en una etapa de la evolución humana y no entiende que otros hayan evolucionado más que él. Esa es la ventaja de Europa y la que tiene que hacer valer, la que tenemos que hacer valer ante el mundo, aquí hace décadas que no existe la pena de muerte, aquí existe la Seguridad Social, aquí no se tortura, aquí no se permite el fascismo, aquí la empresa más rica, la más poderosa, la red social más influyente e insidiosa tiene que someterse al imperio de la Ley, de la Democracia, aquí la guerra no es la continuación de la política por otros medios, sino la muestra de barbarie más brutal de las creadas por el hombre, muestra de la que el escenario europeo ha sido desgraciado testigo durante muchos años y se niega rotundamente a volverlo a ser. Quien quiera guerra, que la pague y vaya él.