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Estos días, junto a la tormenta de noticias trascendentales que nos hacen sentir que estamos viviendo un cambio de época, la reelección de Donald Trump y sus espasmódicas decisiones nos llevan a percibir —o, mejor dicho, a temer— que la nave del mundo esté cambiando bruscamente de rumbo hacia una zona más oscura donde nada puede ser igual. Un nuevo tiempo en el que podrían debilitarse los valores e ideales de igualdad, sostenibilidad, convivencia pacífica y derechos humanos.
Francisco ha sido una de las voces más potentes en defensa del bien común, una figura incómoda para los centros de poder
En este escenario incierto, la eventual pérdida del Papa Francisco —ya sea por razones de salud o por su retiro— añade otra preocupación. Desde el inicio de su pontificado, Francisco ha sido una de las voces más potentes en defensa del bien común, una figura incómoda para los centros de poder político y económico. Su insistencia en la dignidad del trabajo y su rechazo de la explotación laboral lo han convertido en un referente para los movimientos sociales y sindicales que defienden el derecho a un trabajo digno. Francisco ha recordado que el trabajo es un derecho y una necesidad para la realización personal. Ha denunciado con firmeza un sistema que antepone el dinero a las personas, creando sociedades cada vez más desiguales.
Fueron particularmente relevantes sus palabras en una audiencia con los representantes de la central sindical italiana CGIL: “No hay sindicato sin trabajadores y no hay trabajadores libres sin sindicato”. Y también el mensaje en videoconferencia que dio en el Plenario de la 109ª Conferencia Internacional del Trabajo (OIT), donde defendió el valor de la libertad sindical y el derecho a la negociación colectiva. En esa ocasión emplazó a gobiernos, empresarios y sindicatos a “construir un nuevo futuro del trabajo fundado en condiciones laborales decentes y dignas, que provenga de una negociación colectiva y que promueva el bien común, logrando, en definitiva, que el trabajo sea verdaderamente humano”.
Su ausencia creará un vacío en un mundo falto de figuras con autoridad moral y de organizaciones globales que sirvan de contrapunto al avance de las ideas reaccionarias
Su ausencia creará un vacío en un mundo falto de figuras con autoridad moral y de organizaciones globales que sirvan de contrapunto al avance de las ideas reaccionarias que alientan un capitalismo descontrolado y una sociedad regida por la ley del más fuerte. Precisamente cuando la migración se ha convertido en un arma política utilizada para generar discriminación, xenofobia y miedo. En este contexto Francisco ha recordado en todos los foros que los migrantes no son números, sino personas que huyen del hambre, la guerra y la desesperación. Ha insistido en que acoger al extranjero y defender su dignidad es una obligación moral. Un discurso que choca frontalmente con las políticas de cierre de fronteras que se han multiplicado en los últimos años, especialmente en Estados Unidos y Europa.
Cuando el Papa Francisco se apague, habremos perdido, también los no creyentes, una voz potente y necesaria en la lucha por el progreso social, el humanismo y el bien común
Con la victoria de los negacionistas y el riesgo de retroceder en las políticas climáticas globales, así como la posible puesta en cuestión del futuro de los acuerdos internacionales de defensa del clima —como ya han anunciado Trump y las extremas derechas europeas con su crítica a la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible—, la lucha contra el cambio climático también perderá una voz potente con la falta del Papa Francisco. Uno de sus legados más importantes es la encíclica Laudato Si’, que marcó un punto de inflexión en la relación entre la Iglesia y el ecologismo y sobre el cuidado de la casa común. Por primera vez un Papa colocó la crisis climática en el centro de la doctrina social de la Iglesia, denunciando sin ambigüedades la responsabilidad humana en la destrucción del planeta. Advirtió, en síntesis, que el ecologismo no es solo una cuestión científica o política, sino también moral, porque la crisis climática es inseparable de la crisis social: los más pobres son los primeros en sufrir las consecuencias de la contaminación, la deforestación y el cambio climático. Su insistencia en la “ecología integral” propone un enfoque en el que la defensa del medio ambiente no sea solo una cuestión técnica, sino un cambio profundo en la relación del ser humano con la naturaleza y con los demás.
Cuando el Papa Francisco se apague, habremos perdido, también los no creyentes, una voz potente y necesaria en la lucha por el progreso social, el humanismo y el bien común. Las organizaciones sociales y las personas que queremos construir un mundo más justo, solidario y sostenible habremos perdido un soldado más en nuestra lucha.