

"AlmohadĆn es a almohadón como cojĆn es a X y nos importa 3X que nos cierren la edición", es lo que publicó "La Codorniz", a la que suelo recordar con reiteración y nostalgia, una vez que estaba amenazada de cierre por algo que la censura habĆa encontrado censurable.
Y es que la regla de tres servĆa hasta para decir lo que, sin ella, deberĆa haberse hecho con lenguaje malsonante. Efectivamente, en mi adolescencia solĆamos decir que la regla de tres era la salvación de EspaƱa porque parecĆa resolver todo tipo de problemas cuando, en realidad, solo servĆa para resolver algunos problemas aritmĆ©ticos elementales.
Ahora hay quien la quiere utilizar para arreglar otros problemas menos elementales, como el de hacer una oposición constante al gobierno de SÔnchez pasando por encima de cualquier consideración moral sin darse cuenta de que hay problemas de tres y problemas de muchas, como la menstruación dolorosa, por lo que hay que distinguir, también, la regla de tres de la regla de muchas.
A mĆ, por ejemplo, que no tengo menstruación, y no por mĆ©ritos propios, si no por la propia naturaleza de las cosas, podrĆa importarme mĆ”s una, la de tres, que otra, la de muchas, pero nunca se me ocurrirĆa decir que la segunda no me interesa nada porque solo me interesa la primera. Y, menos, si presidiera la Comunidad de Madrid.
Lo que me extraƱa es que lo haya podido decir una mujer. Ni siquiera si la explicación fuera que, por la edad, ya no le baja la regla, serĆa polĆticamente correcto ya no decirlo, si no, ni siquiera escucharlo sin sufrir algĆŗn grado de estupefacción. Por ello, mi extraƱeza se extiende a la de aquellas mujeres que les haya podido parecer muy bien escuchar esa demostración de indiferencia ante el problema de miles de congĆ©neres.
Regular algo que no afecta a la totalidad de la población estimula la insolidaridad de aquellas personas no afectadas directamente por el asunto
Pero, en el fondo, subyace un problema: regular algo que no afecta a la totalidad de la población estimula la insolidaridad de aquellas personas no afectadas directamente por el asunto. Ocurrió cuando el gobierno de RodrĆguez Zapatero amplió los derechos de las personas homosexuales, redujo los problemas burocrĆ”ticos para divorciarse o penalizó especĆficamente la violencia de gĆ©nero. Los que no tenĆamos prisa por divorciarnos, ni pegĆ”bamos a nuestra pareja, ni Ć©ramos LGTBI, podĆamos pensar que todo eso no iba con nosotros, pero, en realidad, sĆ. Nos permitĆa vivir en un paĆs mĆ”s justo.
Ahora ocurre algo parecido con la regulación laboral de una parte de la población, obviamente no mayoritaria pero si suficiente para que el Estado se ocupe de su problema. Y, en ese momento, la insolidaridad, disfrazada de menosprecio, aparece en escena.
Por supuesto, no entro en los detalles de esa regulación, con aristas económicas y de efecto boomerang sobre la contratación laboral de mujeres jóvenes que puede tener la medida. Ni me pagan para ello, ni sé, pero el mero hecho de que se plantee el problema ya me parece positivo y, ahora, los responsables, y los expertos, que limen esas aristas.
Pero me da la impresión de que el problema de fondo, para la derecha e, incluso, para una parte de la izquierda es quien ha originado ese debate. Ya no tanto por quien es la ministra, quĆ© tambiĆ©n, si no por la propia existencia del Ministerio de Igualdad. Me temo que, fuera quien fuera ministra, o ministro, de Igualdad, las reacciones serĆan las mismas. ĀæAlguien recuerda una sola iniciativa de ese Ministerio que no haya sido censurada por la derecha?
Y luego, estĆ”n los que dicen que estos temas se sacan para tapar otros. Por ejemplo, la crisis de los espĆas deberĆa haber parado la actividad nacional para que se hablara solo de eso, cosa que deberĆa haber hecho este mismo medio publicando solo, y exclusivamente, cosas como las que yo escribĆ sobre el particular.
