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George Lakoff, en su libro “No pienses en un elefante”, insiste en que quien define el lenguaje gana el debate, porque el lenguaje no solo comunica, construye realidades. Y en materia de impuestos tenemos un ejemplo claro. Cuando los sectores de la derecha más ilustrados proponen bajar impuestos, utilizan expresiones como “aliviar la carga fiscal” o “aflojar la asfixia fiscal”. Estas expresiones no solo describen una acción: transmiten una emoción (opresión, sufrimiento, liberación), y predisponen al oyente o lector a estar de acuerdo, sin necesidad de argumentos racionales.
Cuando oyes hablar de “aliviar la carga fiscal”, se activa un marco mental: los impuestos son una carga. Y si alguien alivia una carga, se convierte automáticamente en un héroe. Si propones subir impuestos, eres el villano que oprime a la gente. Este marco borra del debate toda posibilidad de pensar en los impuestos como inversión compartida o como sistema de solidaridad.
Pero quizás ese lenguaje metafórico, incluso sofisticado, ya no sea necesario. Hoy, las redes sociales han instalado una narrativa mucho más directa y emocional. Se escucha sin rubor que “los impuestos nos roban la mitad del sueldo”, que “trabajamos para el Estado”, que “si lo he conseguido solo, ¿por qué tengo que pagar más?”, que “el Estado me castiga por trabajar mucho”. Este tipo de mensajes, repetidos una y otra vez en TikTok, Instagram, YouTube o X, se han convertido en dogmas cotidianos para buena parte de la juventud.
La narrativa del “Estado ladrón” es fácil de entender, emocionalmente potente y estéticamente atractiva
Hoy, un adolescente puede descubrir antes un vídeo viral que denuncia a Hacienda que una explicación básica sobre el sistema de pensiones. La narrativa del “Estado ladrón” es fácil de entender, emocionalmente potente y estéticamente atractiva: un mensaje corto, impactante, compartible. Y está envuelto en una estética seductora: éxito personal, libertad financiera, autosuficiencia. La fiscalidad aparece como la antítesis del éxito individual.
Y esto no es anecdótico. Encuestas del CIS y del Instituto de Estudios Fiscales muestran que el apoyo a la fiscalidad desciende entre los menores de 30 años. Muchos consideran que pagan demasiado, aunque nunca hayan hecho una declaración de la renta. En el Barómetro Fiscal del IEF de 2019, ya se detectaba una caída significativa en la percepción positiva de los impuestos entre los jóvenes. Y en los sondeos del CEO catalán de 2024, hasta un 35% de los encuestados de 18 a 24 años opinaba que se pagan demasiados impuestos.
La explicación no está solo en los datos económicos. Es cierto que muchos jóvenes tienen razones para estar frustrados: sueldos bajos, alquileres imposibles, precariedad y un horizonte de inseguridad permanente. Pero lo que no es cierto es que la causa de todo eso sea el IRPF o la cotización a la Seguridad Social. Lo que ha cambiado no es solo su situación objetiva, sino el marco mental desde el que interpretan la fiscalidad.
No se trata solo de economía, sino de una batalla cultural. Y si la izquierda no entra en esa batalla, la pierde
Y ese marco se construye cada día en el universo digital. Allí influencers y creadores de contenido repiten que “el Estado castiga a los que se esfuerzan”, que “ser listo es irse a Andorra”, o que “pagar impuestos es de tontos”. Se trata de un discurso antisocial que desprecia no solo los impuestos, sino la propia idea de lo común. Y cala, porque llega en el formato adecuado, con el tono adecuado, desde voces que los jóvenes consideran cercanas.
Porque no se trata solo de economía, sino de una batalla cultural. Y si la izquierda no entra en esa batalla, la pierde. En este sentido, la reciente discusión dentro del Gobierno sobre si debía cotizar o no el SMI no fue precisamente un ejemplo de buena pedagogía fiscal. No basta con repetir que sin impuestos no hay Estado: hay que demostrar que con ellos se construye algo justo, eficaz y valioso. Hay que rescatar la narrativa de lo común, pero también adaptarse a los lenguajes y formatos de esta era. Más aún si tenemos en cuenta que, según un estudio publicado por la Plataforma por la Justicia Fiscal hace cuatro años, el 92,9 % de los jóvenes de entre 18 y 35 años reconocen no haber recibido formación sobre impuestos en las aulas.
Porque si perdemos la batalla de los impuestos entre los jóvenes, lo perderemos todo. Y no porque desaparezcan los impuestos –eso es una fantasía–, sino porque desaparecerá la idea de que pagar entre todos es mejor que sobrevivir cada uno por su cuenta. Esa sí sería la verdadera derrota.