
El entorno de seguridad en Oriente Medio se complica a ojos vista. Los conflictos locales se encadenan, debido a una dinĆ”mica de contagio, simpatĆa e interrelación. Ante el peligro, cada vez mĆ”s acuciante de pĆ©rdida de control, Estados Unidos interviene. Obama pretende que su actuación es equilibrada, pero sus crĆticos, desde cualquier Ć”ngulo, tienden a considerarla errĆ”tica.
Obviamos la guerra de Siria, incontrolable, y la muy engañosa 'calma' en Palestina, y hacemos repaso rÔpido a los últimos acontecimientos:
Iraq. La lucha para hacer retroceder al DAESH (Estado IslĆ”mico) en Tikrit, ciudad emblemĆ”tica por ser la cuna de Saddam Hussein pero tambiĆ©n por su condición de plaza fuerte sunnĆ, no habrĆa sido posible (aĆŗn no estĆ” completada la reconquista) sin la decisiva aportación de las milicias chiĆes, financiadas, orientadas y estratĆ©gicamente ligadas a IrĆ”n, mĆ”s allĆ” de la aquiescencia, voluntaria o forzada, del gobierno central. Esta dependencia innegable de Bagdad con respecto a TeherĆ”n podrĆa haber obligado a Washington a intervenir, pese a la aparente renuencia inicial. Dos versiones circulan. Para unos, se habrĆa tratado de reforzar al primer ministro iraquĆ Abadi frente a su poderoso vecino persa. Para otros, mĆ”s maliciosos, estarĆamos ante una prueba mĆ”s de que Obama persigue cambiar el libreto de las relaciones con IrĆ”n, recuperar a este paĆs como socio condicional en la zona y equilibrar la nómina habitual de aliados regionales. Para escĆ”ndalo de saudĆes e israelĆes.
Obama se pone del lado de los saudĆes, lanzados a una descarnada operación militar que bien podrĆa calificarse de agresión
Yemen. Volta face respecto al escenario anterior. En este caso, Obama se pone del lado de los saudĆes, lanzados a una descarnada operación militar que bien podrĆa calificarse de agresión. O, como mĆnima, de injerencia culposa. Los informes de la ONU y de organizaciones humanitarias son mĆ”s que inquietantes sobre el sufrimiento de la población. El argumento saudĆ de que los bombardeos casi indiscriminados responden a la solicitud del presidente 'legĆtimo' del paĆs, ante una ofensiva de IrĆ”n por actor interpuesto, la guerrilla houthi, es refutable. Que TeherĆ”n vea con simpatĆa la revuelta houthi por su credo chiĆ (aprox.) es una cosa. Que esa revuelta estĆ© dirigida por los ayatollahs es del todo exagerado. El gobierno ya inexistente del Yemen habĆa probado del todo su ineficacia y demostrado la pĆ©rdida de autoridad en buena parte del territorio nacional. Se encontraba desde hace meses indefenso y a expensas de la principal franquicia de una Al Qaeda en crisis (Āæen riesgo de extinción?). El presidente Hadi, sunnĆ, es la voz del amo saudĆ, porque carece de base de poder real.
Por otro lado, no puede contemplarse el conflicto del Yemen sólo o principalmente como un pulso entre IrĆ”n y Arabia. Como ha seƱalado el profesor Orkaby, un experto reconocido en la materia, las causas locales son mĆ”s importantes y decisivas. La tradicional pugna entre poder nacional o central y las presiones tribales, aparte de las mĆ”s conocidas tensiones sectarias entre sunnĆes y chiĆes locales explica con mĆ”s solvencia el caos actual (1).
ĀæPor quĆ© decide Obama apoyar con apoyo de inteligencia y logĆstico la campaƱa de bombardeos saudĆes para frenar a los houthies, si con ello puede influir negativamente en el que parece momento decisivo de las negociaciones nucleares?
La respuesta de los crĆticos con la Casa Blanca es que Obama ha advertido el peligro de su estrategia de acercamiento a IrĆ”n y quiere enmendarlo. Es un interpretación discutible. Que el presidente quiera resolver el problema nuclear no implica romper los puentes imprescindibles con los tradicionales amigos de la región. Estados Unidos puede vivir con una tutela iranĆ sobre Irak, mientras no sea decisiva o determinante, si a cambio obtiene de TeherĆ”n los fondos y las botas que Obama no quiere poner sobre el terreno para destruir al DAESH. DespuĆ©s de todo, Irak es vecino de IrĆ”n y lo que ocurra en ese paĆs es una cuestión de seguridad para la RepĆŗblica IslĆ”mica. Eso Washington lo entiende y lo acepta, bajo lĆmites.
Las urgencias saudĆes. Por el contrario, Yemen es vital para Arabia SaudĆ. Aunque en modo alguno los houthies sean en Yemen lo que es Hezbollah en LĆbano, el control de una parte del paĆs por esta minorĆa afecta al chiismo con particularidades propias es inaceptable para la monarquĆa wahabĆ. Yemen (recuĆ©rdese: la Arabia felix de los romanos) es una cuestión de seguridad nacional para la familia Saud.
Hay otro elemento que podrĆa haber desencadenado el belicismo saudĆ. Acaba de producirse un 'relevo' en la 'familia'. El ultra conservador y tradicionalista Salman ha sucedido al fallecido Abdullah, mĆ”s reformista. Aparentemente, una rutina dinĆ”stica. Pero la rapidez, la amplitud y algunas sorpresas en los cambios de figuras y puestos en la cĆŗspide del poder real no han pasado desapercibidos, en un medio tan predecible como Ć©se.
Contrariamente a lo ocurrido hasta ahora, Salman-Rey no ha dudado en voltear el juego de equilibrios en el reparto de papeles. Aunque ha respetado bĆ”sicamente la lĆnea de sucesión pactada por los hijos del fundador, con la habitual preeminencia de los 'sudairis', el nuevo monarca se ha sentido bien fuerte como para elevar a su hijo Mohammed, pese a su llamativa juventud (Āæ27 aƱos? Āæ35?: ni siquiera se ha querido dar a conocer su edad), al puesto de Ministro de Defensa, con asiento asegurado en el Consejo de Seguridad y en otros organismos de notable poder decisorio en la Corte (2).
Nunca un prĆncipe tan joven habĆa llegado tan alto de un golpe, tan rĆ”pidamente. Para despejar dudas eventuales sobre su capacidad de liderazgo, su firmeza o su voluntad de decisión, frente a la plana mayor de las fuerzas armadas saudĆes, en un momento de sospechas e incertidumbres por la inestabilidad regional, bien podrĆa haber ocurrido que Mohammed bin Salman quisiera demostrar que no le va a temblar la mano para frenar lo que Riad contempla como un amenazante avance de IrĆ”n en la zona.
Con Egipto, Obama ha jugado hasta ahora al caliente y frĆo
La trampa egipcia. Los intereses de otros actores complican el escenario regional. Egipto, siempre en bĆŗsqueda permanente de un liderazgo regional perdido desde las humillantes derrotas contra Israel, se suma a la estrategia saudĆ en Yemen. El presidente-general Al Sisi, despuĆ©s de todo hijo de ese EjĆ©rcito que es a la vez dudoso paladĆn del orgullo nacional y factor imprescindible de la represión del pueblo al que debe servir, se sube a bordo y promete soldados, "si fuera necesario". Seguro que Al Sisi no olvida que el Egipto de Nasser se estrelló en Yemen en los aƱos cincuenta, como nos recuerda Orkaby, entre otras cosas porque los houthies, esos que ahora pasan por ser marionetas de TeherĆ”n, fueron decisivamente ayudados por Israel, en una sagaz maniobra para distraer al ejĆ©rcito del raĆÆs y hacer mĆ”s difĆcil la construcción de una plataforma militar en el SinaĆ, por ese tiempo aĆŗn bajo control egipcio.
Al Sisi tiene sus propios intereses, no tanto en Yemen, sino en la reconfiguración regional. Si consigue hacerse necesario, estarĆa en situación ideal para sacudirse el estigma de dictador y golpista, ya que ni los mĆ”s ingenuos pueden seguir atribuyĆ©ndole intenciones benignas en el derrocamiento del Presidente Morsi. Por cierto, mucho mĆ”s legĆtimo Ć©ste que el yemenĆ Hadi, pero al que en vez de ayudarlo contribuyeron a su hundimiento.
Con Egipto, Obama ha jugado hasta ahora al caliente y frĆo. Congeló la ayuda militar al nuevo gobierno, mĆ”s militar que cĆvico, pero conservó las lĆneas de comunicación intactas para influir en una pronta institucionalización. Ciertamente, no lo ha conseguido. El rĆ©gimen se hace mĆ”s represivo cada dĆa. La contestación no sólo es ciudadana. La respuesta terrorista se ha fortalecido. El principal grupo armado, Ansar Beit Al Maqdis, se ha asociado con el DAESH. El SinaĆ estĆ” fuera del control militar pleno. Los atentados se suceden con creciente poder mortĆfero. Para compensar este fracaso interno, Al Sisi se da el gusto de bombardear a presumibles aliados del Califato en Libia, pretendiendo que se trataba de un castigo por el horrible degollamiento de una treintena de cristianos coptos.
Y en este contexto, Obama cede y esta misma semana descongela la ayuda militar al régimen de AL Sisi, que ya podrÔ adquirir aviones F-16, misiles Harpoon y las piezas para construir los carros de combate M1A1Abrams (3). Pura miel para los militares egipcios, enfurruñados con la regañina de la Casa Blanca. Aunque Obama se reserva algunas restricciones, como la compra de mÔs material a cuenta de la ayuda futura, el giro es notorio y decisivo. La estrategia regional del presidente que prometió detener y acabar con las guerras en Oriente Medio se ha complicado. No parece garantizado que sepa cómo salir de ello.
(1) El profesor Asher Orkaby, investigador destacado en varios institutos medio orientales, es el autor de un libro sobre la guerras por el control del Yemen en los sesenta. Su artĆculo de este mes para FOREIGN AFFAIRS sobre las dudosas alianzas actuales es de enorme interĆ©s para comprender el fondo de los acontecimientos.
(2) Uno de los principales expertos occidentales en la Casa de los Saud, Simon Henderson, analiza los recientes cambios en Riad y su efecto en la crisis de Yemen, en un artĆculo para FOREIGN POLICY, 26 de Marzo.
(3) NEW YORK TIMES, 31 de marzo de 2015.