
Las sesiones de la comisión parlamentaria sobre el 6 de enero de 2021 estĆ”n siendo una especie de catarsis de la anomalĆa sistĆ©mica que supuso la estancia de Donald Trump en la Casa Blanca y, en particular, sus tormentosos Ćŗltimos dĆas.
Desde la dimisión de Nixon, en 1974, no se habĆa conocido tal desprestigio de la presidencia estadounidense. Los dos periodistas que revelaron la trama del Watergate no han resistido la tentación de comparar ambas fechorĆas (1). Las investigaciones parlamentarias revelan el empeƱo del magnate inmobiliario por presentar las elecciones de noviembre de 2020 como un fraude masivo y, en consecuencia, su resistencia obsesiva a no reconocer los resultados, hasta el punto de intentar forzar la suspensión de la certificación del triunfo de Joe Biden.
Hay testimonios solventes que acreditan la responsabilidad directa de Trump en el asalto al Congreso el 6 de enero, fecha en la que, por mor de un arcaĆsmo mĆ”s del sistema electoral norteamericano, el Colegio de compromisorios se debĆa reunir para confirmar los resultados conocidos desde mes y medio antes.
MĆ”s que revelaciones sorprendentes o espectaculares, los trabajos de la Comisión arrojan pruebas y testimonios que avalan la imputación de Trump en lo que se considera ya a todas luces como un āintento de golpe de Estadoā, la complicidad mĆ”s o menos activa, segĆŗn los casos, de numerosos legisladores republicanos y la insania polĆtica y personal de un hombre claramente incapacitado para el cargo.
La sucesión de despropósitos de la noche electoral, con casi todos sus asesores tratando de convencerle de que su apelación al fraude no tenĆa fundamento alguno, parece mĆ”s bien el guion de una dramedia: escenas esperpĆ©nticas envueltas en la gravedad de una crisis institucional desconocida. Giuliani, abogado personal de Trump, borracho segĆŗn numerosas fuentes, fue el Ćŗnico de sus consejeros que sostenĆa la tesis del fraude; el resto, incluidos sus familiares mĆ”s próximos (su hija, su yerno, su otro hijoā¦) trataban de disuadirle para que abandonara una idea absurda y sin fundamento alguno (2). ĀæLlegó Trump a perder el juicio?, destacaba la publicación irónica MOTHER JONES (3).
Los medios liberales han emitido las sesiones en directo y en horario de mĆ”xima audiencia a modo de exorcismo. Editoriales y columnas de opinión coinciden en presentar estas horas finales (de momento) del trumpismo como una aberración del sistema. AdemĆ”s de seƱalar la necesidad de que Trump sea inhabilitado para evitar que vuelva a ser candidato presidencial, las lecciones morales se centran en seƱalar lo frĆ”gil que puede llegar a ser la democracia, la actitud pasiva cuando no claramente cómplice de la mayorĆa de un partido republicano infectado de populismo oportunista y la necesidad de reforzar los controles para que este bochorno no se repita (3).
UN SISTEMA QUEBRADO
Pero este exorcismo de la comisión parlamentaria se queda corto. Y no solo porque el estado mayor republicano intentara boicotear sus trabajos. El problema estĆ” en el alcance. Trump es un producto de un sistema enfermo. Es sĆntoma, no causa de unas perversiones polĆticas que se arrastran desde hace mucho tiempo: desde el nacimiento del paĆs, segĆŗn los analistas mĆ”s crĆticos. La democracia estadounidense, tan celebrada por estos pagos por plumas y tertulianos que apenas si la conocen superficialmente o se adhieren doctrinalmente a ella sin cuestionar lo esencial, es, en realidad, un modelo quebrado.
En ningĆŗn paĆs europeo se dan tantas artimaƱas para privar del voto a los ciudadanos, o se cocinan de forma tan deliberada y escandalosa las circunscripciones electorales para inducir la victoria de unos o hacer casi imposible la emergencia de otros. Y si, como en Europa, los partidos son por lo general puras maquinarias electorales con unos principios simplemente de fachada, en Estados Unidos la contienda se reduce a dos formaciones que sofocan la expresión de una sociedad mucho mĆ”s plural, rica y contradictoria que esa opción binaria entre republicanos y demócratas, a veces intercambiables, y casi todos cada vez mĆ”s dependientes de unas tramas de financiación que los convierten en agentes de poderosos intereses privados.
La democracia norteamericana esta esclerotizada. Una mayorĆa de la población no vota porque no puede o no le dejan, o porque le resulta gravoso y caro, o sencillamente porque los candidatos no les representa en modo alguno. Una vez elegidos, los polĆticos, con muy escasas y nobles excepciones, quedan engullidos por unos procedimientos legislativos agotados y, lo que es peor, tramposos, que convierten su función teórica en una pantomima.
Los medios liberales denuncian estas carencias y perversiones, pero contribuyen sobremanera a su prolongación y vigencia al ocuparse con obsesiva dedicación a describir de forma detallada el juego vicioso de las negociaciones polĆticas y de las obstrucciones parlamentarias, o a prestar una atención excesiva a las peripecias particulares de unos y otros. La información polĆtica es un casting permanente. Cuando algĆŗn morador de ese Olimpo selecto cae en desgracia, se presenta casi siempre como errores individuales de juicio, deshonestidad personal o cualquier otra desviación personal. No se alaba el sistema, pero se le acepta con resignación.
ESPEJO DEFORMADO
Trump resultó una golosa anomalĆa que el complejo mediĆ”tico serio no esquivó. Ni siquiera supo evitar su rol de colaborador necesario en un fenómeno polĆtico plagado de mentiras y demagogia barata. Poco importó que se tratara de un hombre de negocios mediocre, con una trayectoria llena de irregularidades y pufos, que una justicia lenta y trabada por unas leyes diseƱadas para proteger las artimaƱas del enriquecimiento estĆ” tardando una eternidad en esclarecer (y no digamos ya castigar). Se postuló como solución a unos problemas que simplificó para conectar con una opinión pĆŗblica crecientemente descreĆda. Bastaron sus ataques a unas Ć©lites polĆticas arrogantes y a un āestado profundoā (deep state) de funcionarios, asesores y sabelotodos que, a su juicio, encerraban a la presidencia en una sucesión de ritos litĆŗrgicos sin sustancia.
Trump era, y es, un adicto del poder, no por ambición polĆtica, sino por una pulsión narcisista y enfermiza de ser el centro de todas las atenciones
Lo que empezó tan torcido no podĆa terminar bien. Trump dijo desde casi el principio de su mandato que su reelección sólo podĆa evitarla un fraude. Avisó sin disimulo que harĆa todo lo que estuviera en su mano para no ceder el poder conforme a la ceremonia habitual. Emitió seƱales de su flirteo con grupos violentos, racistas y supremacistas, como ejĆ©rcito de reserva para poner el paĆs patas arriba. No se le puede reprochar que no cumpliera su palabra. De tanto fanfarronear con planes que nunca ejecutó (ni siquiera supo estructurar debidamente), se llegó a pensar que el intento de secuestrar la democracia tendrĆa una suerte parecida. Pero Trump era, y es, un adicto del poder, no por ambición polĆtica, sino por una pulsión narcisista y enfermiza de ser el centro de todas las atenciones.
Y, esta ocasión, cumplió. De forma chapucera e incompetente, como corresponde a su personalidad. Las escenas de una turbamulta enseƱoreĆ”ndose de salas, pasillos y despachos del Congreso hizo que nosotros, espaƱoles, nos acordĆ”semos del 23-F. Las Ć©lites norteamericanas experimentaron un sonrojo sin precedentes. El 6E tuvo un impacto casi tan devastador como el 11S, mĆ”s si cabe, cuanto que la amenaza en este caso procedĆa de dentro. AmĆ©rica contra sĆ misma. AmĆ©rica frente al espejo. Pero un espejo deformado que si bien devuelve la imagen de un villano solo pendiente de sĆ mismo, no refleja las profundas fracturas del sistema.
NOTAS
- āWoodward y Bernstein thought Nixon defined corruption. The came Trump. THE WASHINGTON POST, 5 de junio.
- āTrump aides told him the truth. Now, they are finally telling usā. EDITORIAL. THE WASHINGTON POST, 13 de junio.
- āThe 1/6 Committeeās biggest challenge: assessing whether Trump is bonkersā. DAVID CORN. MOTHER JONES, 13 de junio.
- āWe all have a duty to ensure that what happened on Jan. 6 never happens againā. EDITORIAL. THE NEW YORK TIMES, 10 de junio.
