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La incitación a la violencia, real o atribuida, es uno de los asuntos del momento en la gestión de los conflictos internacionales, pero tambiĆ©n en el Ć”mbito de las confrontaciones polĆticas nacionales. En las Ćŗltimas dĆ©cadas, este fenómeno se ha codificado en función de las narrativas polĆticas dominantes. En la actualidad parece imponerse el concepto ādiscurso del odioā.
La RAE define el odio como āantipatĆa o aversión hacia algo o alguien cuyo mal se deseaā. Hay sinónimos sustitutivos como aborrecer, detestar, abominar, execrar, reprobar, despreciar, etc. Pero en el debate polĆtico occidental se ha impuesto la acepción moral. No es casualidad. En la actual confrontación de poder, desde Occidente se pretende afirmar la superioridad moral de los valores que considera fundacionales de su civilización. Pero los intĆ©rpretes de otros sistemas se han apuntado al combate contra la promoción del odio, desde sus puntos de vista propios.
En su estrategia de lucha contra el fenómeno en su dimensión global, la ONU, institución de convivencia entre sistemas distintos, define el discurso del odio como "cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, āo tambiĆ©n comportamientoā, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basĆ”ndose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, gĆ©nero u otras formas de identidad".
En la actual confrontación de poder, desde Occidente se pretende afirmar la superioridad moral de los valores que considera fundacionales de su civilización
Normalmente, el uso del tĆ©rmino discurso del odio se atiene a esta formulación consensuada. Sin embargo, no siempre se emplea conforme a ella. Las crisis de los distintos sistemas polĆticos estĆ”n provocando manifestaciones de malestar social cada vez mĆ”s agrias y, en ciertos casos, violentas. La incitación, defensa o simplemente la tolerancia ante las protestas de esta naturaleza han sido consideradas en no pocas ocasiones por los dirigentes polĆticos de turno como ejemplos del ādiscurso del odioā.
Se pueden citar antecedentes de este uso interesado de tal concepto deslegitimador. DespuĆ©s de que el āterrorismoā, como fenómeno no sólo polĆtico sino tambiĆ©n mediĆ”tico, hiciera irrupción en los aƱos setenta, se explotó la oportunidad de aplicar inapropiada y abusivamente este tĆ©rmino para calificar actuaciones extremas o simplemente airadas: recuĆ©rdense expresiones como āterrorismo urbanoā, āterrorismo de baja intensidadā y otras similares. Para castigar la incitación de estas conductas se estableció el delito de āapologĆa del terrorismoā. Aparte de su contenido jurĆdico, este concepto tenĆa tambiĆ©n un componente de deslegitimación polĆtica, ideológica y moral.
El uso interesado del āterrorismoā sigue vigente, por supuesto. Pero ahora el foco pĆŗblico estĆ” puesto principalmente en el ādiscurso y los delitos de odioā. No se trata solamente de un cambio de moda. Responde, posiblemente, a la mejor identificación del concepto con un enfoque moral y, por tanto, menos expuesto a las discrepancias pĆŗblicas.
DespuĆ©s de todo, la Ć©tica se percibe como espacio de confort para los dirigentes. Si uno consigue que se le reconozca esta virtud, parece mejor protegido de crĆticas polĆticas o ideológicas. Las sucesivas crisis de las ideologĆas y de los sistemas que en ellas se soportan ha hecho de la rectitud el referente fundamental.
El uso y abuso de la mentira, una prĆ”ctica secular en las refriegas polĆticas, se ha convertido ahora en manifestación de ese omnipresente ādiscurso de odioā
USO, ABUSO E HIPOCRESĆA
Pero, como ocurrió con el uso interesado del tĆ©rmino āterrorismoā, la aplicación del ādiscurso del odioā no siempre es coherente con las formulaciones coherentes o pactadas. Ćltimamente, estamos observando cómo se emplea tambiĆ©n en las escaramuzas polĆticas. El uso y abuso de la mentira, una prĆ”ctica secular en las refriegas polĆticas desde el principio de los tiempos, se ha convertido ahora en manifestación de ese omnipresente ādiscurso de odioā.
Colgar este sambenito a un rival o adversario o enemigo empieza a resultar muy rentable, por su capacidad descalificadora. Durante el Ćŗltimo debate electoral, Trump acusó a Harris y a Biden de propiciar que āuna bala vuele con dirección a mi cabezaā. Bastó con que un tipo extraƱo y desnortado merodeara esta semana con un arma de asalto por el campo de golf del candidato republicano, para que la supuesta vĆctima viera confirmada sus palabras. En otras ocasiones, ha sido al revĆ©s. Sus adversarios demócratas (y algunos republicanos) han acusado a Trump de propagar el odio por sus proclamas xenófobas contra los inmigrantes que quitan el trabajo a los americanos, les drenan atención mĆ©dica y, Ćŗltimamente, hit del verano, se comen sus mascotas.
En EE.UU. prima lo simplista y directo. La opción polĆtica es binaria; sin duda contraria a la realidad social, pero inalterada desde hace mĆ”s de un siglo. La influencia de la religión en la polĆtica (en el sistema, mejor dicho) es tambiĆ©n una constante que raramente se cuestiona, incluso por dirigentes o colectivos no creyentes. El uso del concepto oportunista del odio encuentra, pues, un terreno abonado. Y, desde luego, en absoluto novedoso. El uso de tĆ©rminos como āimperio del malā para referirse a los adversarios exteriores es recurrente desde que los gurĆŗs neoconservadores de Reagan volvieran a implantarlo en el discurso polĆtico, en los aƱos ochenta. Bush Jr. y sus ideólogos neocon lo rescataron y actualizaron con entusiasmo, como justificación de su guerra preventiva contra el terror, ilegal y arbitraria, que causó decena de miles de muertos en Oriente Medio.
En Europa, tambiĆ©n las referencias ideológicas tambiĆ©n se ven solapadas por este auge de lo moral, aunque se despliegue con menos teatralidad. Los mismos dirigentes del consenso centrista que critican a la extrema derecha por sus discursos de odio, aplican con guante blanco polĆticas que criminalizan a los inmigrantes o, en tono menor, los convierten en chivos expiatorios del malestar social provocado por las quiebras del sistema. Citemos dos ejemplos de actualidad.
El gobierno tricolor alemĆ”n, con un socialdemócrata al frente, ha respondido al Ć©xito electoral de la xenófoba Alternativa por Alemania (AfD) en dos lƤnder del Este con la revisión de la polĆtica migratoria, el endurecimiento del asilo y la imposición de controles fronterizos. Esto Ćŗltimo a costa de contravenir las normas de la Unión Europa (Schengen). De esta forma, BerlĆn, que suele estar a la cabeza de quienes piden sanciones por otros incumplimientos de reglas comunitarias, no ha tenido problemas en dar muy mal ejemplo con este caso.
Los mismos dirigentes del āconsenso centristaā que critican a la extrema derecha por sus ādiscursos de odioā, aplican con guante blanco polĆticas que criminalizan a los inmigrantes
Otro gobierno europeo de centro-izquierda, el laborista britÔnico, se alarmó por el alarde de la extrema derecha este pasado verano contra los inmigrantes, en varias ciudades de la deprimida región de las Middlands. Pero, aparte de prometer mano dura y de condenar los discursos de odio, las medidas en estudio por su gobierno apuntan precisamente a colocar en la diana de las frustraciones a los mismos colectivos que los ultras fanÔticos.
El primer ministro britĆ”nico acaba de viajar a Roma para āinteresarseā en las recetas aplicadas por el gobierno de la ultraderechista Giorgia Meloni. Al tĆ©rmino de su visita, Keir Starmer elogió los ādestacados avancesā de Italia para limitar la llegada irregular de inmigrantes y las actividades de las mafias traficantes. Meloni, con el apoyo de la presidenta de la Comisión Europea, ha depositado el control migratorio en gobiernos norteafricanos, los de Egipto y TĆŗnez, de nula vocación democrĆ”tica y alarmantes conductas racistas, lo que les coloca en el foco del despliegue del odio que tanto se combate formalmente en Occidente.
Otro de los pilares de la āaudazā polĆtica migratoria italiana consiste en encargar a Albania la gestión de las demandas de asilo de las personas interceptadas durante su intento de penetración. Ese paĆs balcĆ”nico aspira a ingresar en la UE, pero hay notables dudas sobre la calidad democrĆ”tica de su sistema polĆtica. AdemĆ”s, la fórmula albanesa ha recibido fuertes crĆticas de los correligionarios de Starmer en Italia, por su elevado coste, su ineficacia y sus dudosos fundamentos Ć©ticos. En parecidos tĆ©rminos se ha expresado el exministro de Exteriores laborista David Miliban, hoy director de una ONG dedicada a la protección de los refugiados.
Se etiquetan como expresiones de odio (bajo la forma especĆfica del antisemitismo) las crĆticas a Israel por su criminal actuación en Palestina. Con el mantra del āderecho de Israel a defenderseā
Estas mismas contradicciones se observan en otros asuntos de la polĆtica exterior europea. Por ejemplo, se etiquetan como expresiones de odio (bajo la forma especĆfica del antisemitismo) las crĆticas a Israel por su criminal actuación en Palestina. Con el mantra del āderecho de Israel a defenderseā, se pasa por alto un comportamiento cargado de revanchismo, venganza y, en definitiva, de odio (con las notables excepciones de EspaƱa y algĆŗn otro paĆs).
Por el contrario, las acciones armadas de Hamas o de otras facciones palestinas no pactistas han sido consideradas como āterrorismoā afecto al āeje del mal, porque se cobran vĆctimas civiles, entre otras imputaciones. Poco importa que las represalias militares israelĆes hayan provocado, ahora y siempre, un nĆŗmero incomparablemente superior de muertos entre la población desarmada: en Gaza Israel ha matado a 40 personas por cada israelĆ asesinado por Hamas el 7 de octubre pasado. Pero sólo Hamas se encuentra como actor del discurso de odio en la categorización europea dominante.
Por supuesto, a quienes no condenan estas acciones militares por considerarlas como respuestas comprensibles a la ilegal ocupación de sus territorios, el sofocamiento de su economĆa y la paralización de su desarrollo social se les califica de āantisemitasā y, naturalmente, de propagadores del ādiscurso del odioā.